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Con la venia

Pablo Muñoz

Lo bueno versus lo mejor

Lo bueno versus lo mejorEFE

Desde el primer momento ya se vio. No le iba a resultar fácil a Pedro Sánchez sostenerse en el poder en base a una variopinta alianza de partidos con el único punto de unión de la aversión a una alternativa de ultraderecha. Cerrar el paso a aquella derecha corrupta y mentirosa merecía el riesgo de tirar para adelante apañando izquierdas, progresismo, nacionalismo y mediopendionismo en un interés –que no un proyecto– común. En mi opinión, no salió mal y Pedro Sánchez ya ha logrado presidir el Gobierno español desde 2018. Eso sí, casi en permanente sobresalto tanto por la histérica oposición de la derecha extrema y extrema derecha que no le han dado un día de tregua, como por la jaula de grillos en la que demasiadas veces se ha convertido el bloquee heterogéneo que le apoyó en su investidura.

Sería injusto, y mentiroso, negar que bajo la presidencia de Pedro Sánchez se han logrado importantes avances en políticas sociales, en reconocimiento de diversidades periféricas y en una cierta prosperidad macroeconómica. Digamos que se ha avanzado en la buena dirección, pero dejando pelos en la gatera de la corrupción, la inflación, la vivienda y las aspiraciones nacionales irredentas. Insisto, Pedro Sánchez ha podido apuntarse logros impensables que no hubiera conseguido esa oposición bronca, cainita y provocadora que, como hiena, ambiciona carroñar los restos de un poder que cree siempre suyo.

Es preocupante, muy preocupante, que en lo que se ha dado en denominar bloque de progreso se esté llegando a poner en riesgo los avances reales hasta ahora logrados e incluso la propia continuidad del intento progresista. Cierto que no es fácil mantener en equilibrio estrategias e ideologías dispares, que ante el debate sobre una toma de decisión se topen con proyectos no coincidentes. Pero lo que nos estamos encontrando es, por una parte, se aproveche de la necesidad de lograr mayoría someter al Gobierno a tal presión que desborde sus tragaderas y tolere lo intolerable.

Es penoso tener que recordar –o mejor sería exigir– que cuando se trata de debatir o negociar entre diferentes para llegar a un acuerdo, la peor de las actitudes es negarse a ceder, al menos en parte, las propias propuestas. En situaciones tan delicadas como las que ahora se están viviendo, es necesaria la aplicación del aforismo “Lo Mejor es enemigo de lo Bueno” . Pretender en una negociación para el acuerdo apelar a principios inamovibles, irrenunciables, a sabiendas de que el fracaso de ese acuerdo implica males mayores, es muestra de ingenuidad, de arrogancia y de irresponsabilidad. Es el caiga quien caiga, a sabiendas de que caemos todos.

Ya veremos en qué para todo esto, pero para la Historia quedarán la voracidad oportunista de Puigdemont y su Junts, la intransigencia despechada de Jone Belarra y su Podemos, la caótica y purista ortodoxia de los etéreos responsables de Sumar y, por qué no, la templanza de las formaciones nacionalistas vascas. Está demostrado que cuando se practica la obcecación en los propios principios, la posibilidad de un acuerdo entre diferentes es más que incierta. Bueno sería retomar la generosa actitud del verso machadiano: “¿Mi verdad? ¿Tu verdad? No: la verdad. Y ven conmigo a buscarla”.