Lo peta estos días en la red el vídeo de una andaluza que cuenta cómo ha aprendido euskera en pocos años y se acaba de sacar el EGA. Rezuma satisfacción personal y enseña el camino a otras y otros con ocho y hasta dieciséis apellidos de aquí. Con todo, no sé si está justificado tanto asombro. El camino recorrido por la sevillana –ongietorri, mi niña– es el mismo que han recorrido en este último medio siglos otras decenas de miles de personas, con orígenes directos o no en esta tierra.
No es casualidad que el tema central de Kutsidazubidea, Ixabel, de Joxean Sagastizabal, la novela más leída en euskera de la historia, lo constituyan precisamente las divertidas peripecias de un joven durante el proceso de aprendizaje del idioma. La obra en cuestión acaba de ser reeditada tras vender más de 100.000 ejemplares, y se ha convertido en película, serie de televisión y obra de teatro.
Parecido camino lleva Miñan, la crónica del periplo migratorio del joven guineano Ibrahima Balde, desde el corazón africano hasta Europa, contada por intermediación de la pluma de Amets Arzalluz. Tras convertirse en un éxito editorial en lengua vasca no sé cuál de sus traducciones llegó a las manos del papa Francisco, quien recomendó vivamente su lectura. Su versión teatral recorre estos días Euskal Herria y ha sido vista ya en el Gayarre y en otra decena de localidades navarras.
En todas estas representaciones, el espectador se emociona con la dureza de la historia y la calidad del montaje, pero también con la excelencia lingüística de los actores, nacidos todos aquí –Sambou Diaby, concretamente, en Pamplona– pero cuya tez revela orígenes más allá del Estrecho. No sólo nuestras calles, también el euskera va ganando color y calor, afortunadamente para la lengua y para quienes se acercan a ella. Mientras, Jagoba Arrasate sigue haciendo de las suyas, ahora en Mallorca, a favor del catalán amenazado por la tenaza PP-Vox.