Hola personas, empiezo este escrito un 4 de abril, peldaño central de la escalera sanferminera (aclaración para forasteros), eso quiere decir que si esta primera mitad ha pasado volando, la siguiente ni te cuento. Esto ya empieza a vibrar. Dos van a ser los paseos que vamos a ver esta semana. Primero os voy a contar una pequeña excursión que la Pastorcilla y yo hicimos el domingo a la mañana. El camino y el lugar son viejos conocidos, pero me apetecía ir a meter un poco la nariz para ver en qué estado de conservación se encuentra el Señorío de Guendulain, en la cendea de Zizur.

Fui convencido de que lo que iba a ver no me iba a gustar y así fue. El Señorío en el siglo XIX contaba con 23 casas, un colmenar, escuela, parroquia con párroco, palacio-castillo defensivo, noble con su noble familia presente y toda la vida rural que un pueblo tenía que tener. Con los años y debido a algún cambio de consideración administrativa, y supongo que económica, el lugar se abandonó y todo fue cayendo. La iglesia del XVI fue lugar de brutales fiestas nocturnas que ayudaron considerablemente a su deterioro; el palacio, un precioso ejemplar de cabo de armería del XVI, fue saqueado, le faltan sillares en la base de una de las torres, y algún que otro ornamento, por ejemplo. El resto de las casas, de mayor o menor mérito, desaparecieron sin dejar el menor rastro.

En 2005 a unos iluminados, entre políticos y constructores, se les ocurrió levantar allí una macro urbanización y compraron los tres millones de metros cuadrados que tiene la finca y las ruinas de los dos importantes edificios que contenía. Pues bien, si en las condales manos estaba mal conservado, en manos públicas ni te cuento. Para empezar casi no se puede ni llegar. Nuestro recorrido fue el del camino de Santiago que, tras una pequeña laguna, se desvía hacia el Señorío. Fuimos andando y nos fuimos adentrando en maleza, zarzas, ortigas, cardos, cuando ya llevábamos un buen tramo recorrido ya no había vuelta atrás, seguimos peleando con todo tipo de vegetación, nos pincharon espinas, nos picaron las ortigas, diferentes ramas hacían presa de nuestros tobillos impidiéndonos avanzar, bueno, un caos, por fin llegamos a una tierra de labor y por ella accedimos a la campa que hay entre iglesia y palacio. La primera está tapiada, el segundo está abierto y paseamos por lo que de él queda. No es difícil imaginar, paseando por sus ruinas, cómo fue la casa en la que nació nuestro gran científico, inventor, militar, cosmógrafo… Jerónimo de Ayanz y Beaumont (Guendulain 1555- Madrid 1613) o de su hermana Leonor (1551-1620), llamada en clausura Leonor de la Misericordia, una mujer culta, escritora, fundadora de las carmelitas descalzas en Pamplona y secretaria de Catalina de Cristo, mano derecha de Santa Teresa, cuyo cadáver incorrupto se conserva en el convento de la calle Salsipuedes.

Tras recorrer sus dos grandes alas y el patio de armas porticado, lo abandonamos con tristeza. Cuando una familia tiene patrimonio tan importante como este, las decisiones que se toman en los testamentos nos afectan a todos, porque si esa propiedad la hubiese heredado otra rama de la familia que todos conocemos y que sabe cuidar lo que le han dejado sus mayores, otro gallo nos hubiese cantado. Hoy tendríamos palacio e iglesia en pie. Atravesando un trigal por su orilla, para no pisar lo naciente, salimos al camino que desandamos para llegar al coche y, tras una txistorra en el Tremendo, volver a casa con una sensación extraña de haber perdido algo nuestro. El segundo paseo fue en terrenos más nuestros. El lunes, a media mañana, decidí darme un garbeo de los tradicionales y dirigí mis pasos a mi querido camino que baja de Beloso al río. Resulta que días atrás fui a echar un vistazo, a ver cómo iba quedando la obra de Beloso, y vi cierta intervención en la parte alta del serpentín, se veía que en el tramo inicial habían desbrozado mucha vegetación y que estaban cambiando el suelo.

Así que, aplicando la vieja teoría de mi padre, que decía: voy a ir a ver esto o aquello para que no me lo cuenten, el lunes a la mañana me personé allí. Los primeros metros tenían suelo nuevo y una flamante barandilla en el lado derecho, comencé a bajar y vi que la vegetación estaba exultante, típica situación de primavera, una sinfonía de verdes, a derecha e izquierda de la senda, proporcionaban al paseante un túnel natural. Hacía tiempo que no bajaba por él y me recibió con sus mejores galas. Hasta aquí todo bien, pero, de pronto, veo en un lateral una botella grande de Coca-Cola, otra de Kas y dos o tres latas de cerveza, junto a una bolsa verde. En cuanto vi la bolsa, común denominador de los asistentes a la carpa estudiantil celebrada el viernes, supe de dónde venía el problema y supuse que aquello no era más que el comienzo del caos, presagio de lo que me iba a encontrar, y así fue.

A medida que iba bajando, la mierda iba creciendo, botellas y más botellas, bolsas y más bolsas, vasos, latas, y toda la porquería que queráis imaginar, invadían la calzada y la vegetación de ambos lados. Algunas plantas habían sufrido alguna agresión y estaban rotas o pisoteadas. La cosa llegó a su cénit cuando llegué al banco que hay en la segunda curva, aquello era San Nicolás tras una noche sanferminera, no cabía más basura. Y todos estos jóvenes, valores emergentes, cabezas del futuro, ¿se llaman ecologistas? En realidad, son unos cerdos de tomo y lomo. No sé si me explico. La cosa siguió hasta la pasarela peatonal que salva el cauce, en esta ocasión no hacía música como es habitual en ella cuando la atraviesas, no podía: bolsas, botellas y latas la desafinaban. Y ahora viene lo bueno.

La carpa fue el viernes, y lo que cuento lo vi el lunes a las 12:30 del mediodía, ¿Qué coño esperaba el Ayuntamiento para mandar al lugar afectado una buena brigada de operarios que dejasen tan privilegiado recorrido como una patena? Pero la inoperancia municipal, no queda aquí: el miércoles mandé a un agente secreto a que hiciese una prospección de la situación y me viniese a contar y me dijo que, si bien en la parte alta se notaba un pelín de limpieza, de la mitad para abajo seguía toda la jiña campando por sus respetos, es decir que no había ido absolutamente nadie a cumplir con su obligación. No sé cómo funciona la cosa, no sé si es el director general de cuestas que bajan al río quien ha de dar la orden expresa o si es la empresa encargada de mantener la ciudad limpia, y en perfecto estado de revista, quien tiene autonomía para decidir qué se limpia y qué no y qué zonas precisan de su concurso y cuáles no. Nuestro querido camino al río lo precisaba, os lo aseguro, pero nadie lo consideró. Hoy viernes he vuelto y ya estaba limpio. Inmaculado. A cada cual lo suyo.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro patriciomdu@gmail.com