Ni Sánchez o Feijóo, ni Barça o Madrid, ni con cebolla o sin cebolla. La disyuntiva, aquí y ahora, es BBVA o Sabadell en la batalla de la OPA no exenta de argucias, unas ocultas y otras visibles. Asistimos a una guerra de anuncios de dudosa eficacia.
¿Está seguro el banco bilbaíno de que sus mensajes convencen a los inversionistas de su rival catalán o importa sobre todo el liderazgo corporativo? Contra la campaña que apelaba a sus accionistas recurrió Sabadell a Autocontrol, entidad de mediación creada por anunciantes, agencias de publicidad y medios de comunicación para dirimir conflictos de veracidad en los anuncios, evitándose la asfixia de tribunales y jueces del pelo de Peinado.
Iberdrola y Repsol han zanjado así sus discrepancias conceptuales. La publicidad tiene límites y no se acepta la depredación como herramienta. Autocontrol validó el spot de BBVA y la disputa se ha enconado con la réplica a la defensiva de su rival. La excelente estética de Sabadell acentúa su mensaje, como la serie británica Adolescencia apabulla con el plano secuencia para sublimar su relato simplista y pretencioso. El problema en la publi es el lenguaje espeso.
El emisor y el receptor hablan idiomas diferentes. Para el emisor falso túnel es un método de excavación y para el receptor es un túnel inexistente. Los dos tienen razón, pero el mensaje no alcanza su destino.
En esta historia financiera aún no sabemos si la OPA es fusión o confusión. La pugna entre BBVA y Sabadell está en el descuento, sin ironía. El gobierno central no se decide a lanzar la moneda al aire y dar Cuerpo (de ministro) a la operación, añadiendo dudas para una feliz copulativa o que decaiga. ¿Será antes de que el delirante Trump abra otro frente universal, Cocacola o Pepsi?.