Todavía no se han cumplido 3 meses desde la segunda toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y el desencanto empieza a sentirse entre quienes votaron por él en las pasadas elecciones, aunque los índices de apoyo popular siguen siendo altos pues se acercan al 50%.

Como es natural, la actitud cambia mucho según la afiliación política de los encuestados, pero el desplome de las bolsas de valores, la inestabilidad de puestos de trabajo que parecían garantizados hasta que comenzó su segundo mandato y la incertidumbre ante cuáles pueden ser sus planes de futuro, empiezan a roer el apoyo que parecía incondicional entre amplios sectores del electorado.

Todavía hay muchos que tienen una confianza casi ciega en él, tanto porque pertenecen a grupos pocos favorecidos económicamente y con poco riesgo ante cualquiera de sus políticas, como entre quienes piensan que todos son tácticas negociadoras de Trump.

Estos últimos se han sentido apoyados en los últimos días, cuando las bolsas recuperaron buena parte de sus pérdidas, a pesar de que todavía están a niveles más bajos que el principio de año: Trump hizo marcha atrás en muchos de los aranceles anunciados y miembros de su equipo recordaron que ya habían aconsejado al país que se tomase las cosas con calma, porque los problemas serían mucho menores de lo que aparentaban.

Es porque Trump tan solo ha llevado a la práctica sus amenazas en el caso de China, cuyas importaciones a Estados Unidos pueden estar sujetas a un 150% de aranceles, algo para lo que Pekín ha encontrado ya un buen motivo para dos cosas: represalias contra las importaciones norteamericanas y apertura hacia otros mercados que también sufren por las acciones de Trump.

Esta segunda parte es menos prometedora después de que el presidente norteamericano diera marcha atrás en sus proyectos de gravar las importaciones de estos otros países. En cuanto a las importaciones norteamericanas en China, probablemente su pérdida sea mucho menos dolorosa y perjudicial para Washington de lo que representan las reducciones chinas en sus ventas a Estados Unidos.

Entre tanto, miles de funcionarios federales temen por la seguridad de un empleo que creían garantizado de por vida. Muchos de ellos, además, van a ciegas en cuanto a lo que les conviene hacer: todos han tenido que volver a sus puestos de trabajo, ya sea en Washington o en otras ciudades, lo que les obliga a buscar un alojamiento en la zona de su empleo, pero al no tener garantías de que este será duradero, se ven casi obligados a viajar diariamente desde su actual lugar de residencia, lo que debido a las enormes distancias norteamericanas y las limitaciones en el transporte público, puede representar varias horas en carreteras o trenes.

Los que más se benefician de la situación, al menos entre la gente de a pie con algo de dinero, son quienes tenían las inversiones conservadoras tan poco populares en los últimos años, desde obligaciones y bonos del Tesoro, hasta los que compraron oro como refugio a cualquier dislocación de los mercados.

Si Trump ha sorprendido a tantos de sus seguidores, es tal vez porque no tuvieron en cuenta un par de cosas: sus proyectos arancelarios ya existían durante su primer mandato y ahora tiene la experiencia y organización para imponerse de una forma que no estuvo a su alcance entonces.

Pero, sobre todo, el presidente tiene prisa: desde ahora hasta las próximas elecciones parciales de noviembre de 2026, tan solo quedan 19 meses. Lo que no haya logrado hasta entonces estará fuera de su alcance y, de ganar los demócratas la mayoría en una o en las dos cámaras del Congreso, sabrán hacerle la vida difícil con tanto espíritu de venganza como está exhibiendo Trump.