Europasufre el calentamiento progresivo que los seres humanos estamos impulsando en la Tierra con mayor fuerza y rapidez que el resto del mundo. De hecho, los niveles del aumento de la temperatura en Europa duplican la media del resto del planeta. Al mismo tiempo, la Unesco advierte que los glaciares del Pirineo –los pocos que ya quedan–, y de centroeuropa, áreas de alto valor ecológico y paisajístico y cultural, no existirán ya a mediados de este siglo independientemente incluso del nivel de calentamiento que se alcance. Están ya condenados por las causas que les han llevado a esa situación y las consecuencias son irreversibles.
Los datos del impacto climático en Europa en 2024 son claros: batió el récord de temperaturas y experimentó unos de los 10 años más lluviosos desde 1950, con inundaciones fruto de este estrés térmico, cada vez más frecuentes. La Dana que arrasó Valencia y dejó más de 200 muertos detrás y la evidencia de la ineficacia, inutilidad y soberbia de los responsables fue el ejemplo más evidente. Tengo la extraña sensación, casi ya el convencimiento, de que todas las noticias que se suceden una a otra alrededor climático y de sus consecuencias en la vida humana, animal y vegetal del planeta tienen un sentido lineal. Unas derivan de otras anteriores y estas originan otras nuevas. Ya no es solo la emergencia climática evidente. Es también el deterioro progresivo del sistema de consumo y desarrollo que hemos conocido.
Les guste o no a los negacionistas, la realidad no es cuestionable. Y las previsiones a futuro apuntan a peor sin remedio. Se enumeran medidas para cambiar el modelo económico basado en el crecimiento desaforado, el consumismo ilimitado y la acumulación de capitales, pasos imprescindibles para frenar el cambio climático y se habla de economía circular, soberanía alimentaria, energías renovables o medidas contra la deforestación, pero todas tienen adversarios con una capacidad de oposición e influencia dura y poderosa. La crisis medioambiental mundial es también un foco de conflictos, otra de esas guerras abiertas en este mundo de hoy con desplazamientos forzosos de miles de personas por el control del agua, de los recursos naturales, de las tierras de cultivo, etcétera.
Sin ir más lejos, un conflicto por el agua asoma en el horizonte también en Navarra por la llegada a la Ribera de la 2ª Fase del Canal y la transformación de otras 22.000 hectáreas de regadío. La Comunidad de Regantes advierte con informes de Canasa y de la CHE que las previsiones hídricas de Itoiz para los próximos años llegarán como mucho para 17.000 hectáreas más. El debate está abierto y Navarra debe afrontarlo con una reflexión social y un debate político objetivo y honesto sobre el agua como un derecho humano de las personas y una necesidad básica de desarrollo socioeconómico. Es una obligación política y ética asegurar desde las instituciones navarras una gestión global y sostenible del agua para posibilitar su aprovechamiento humano, agrícola e industrial. Solucionar los problemas y atender las necesidades de abastecimiento urbano e industrial, de calidad de las aguas y de modernización de los regadíos en la Ribera desde el rigor, transparencia y defensa de los intereses generales para evitar consecuencias económicas, sociales y culturales negativas a futuro.