Hay compañías que delatan. Le pasa a Ábalos. También a Feijóo con Mazón. Incluso a Sánchez con Junts. En su tiempo, a Pablo Iglesias con quien le hiciera sombra. Sombras de mal agüero. Sobre ellas se viene enjaretando el lado más tenebroso de la política. Queda sitio en ocasiones para el histrionismo, donde el juez Peinado tiene reservado un sillón reverencial por su desmesurada heterodoxia procesal. El resquicio pendiente se guarda en los informativos para contener el aliento ante los dañinos efectos arancelarios que se presuponen. Ocurre en medio de una tregua vacacional que parece diluir las preocupaciones ramplonamente hacia un masivo asueto evasivo.
Semana de dolorosa pasión para el exministro Ábalos y su entorno pernicioso. Cada nuevo hito de sus azarosas debilidades humanas abochorna más si cabe. Su connivencia innata con la corrupción desborda las previsiones más vergonzosas. Aquella voz que clamaba enérgica durante la censura a Rajoy en favor de la dignidad política por las contrastadas malversaciones del PP queda silenciada por la putrefacción que arrastra su dueño. Un cruel retrato ético que, sin embargo, tampoco parece desangrar al granero electoral socialista según la cocina de Tezanos en el último CIS.
Quizá el tránsito vacilante del Feijóo palie sin pretenderlo los efectos sangrantes de las continuadas corruptelas atribuidas al PSOE. Esas dudas reiteradas del líder gallego ante determinadas cuestiones de Estado más trascendentales crean desconfianza más allá del aplauso comprensible de su batallón de aduladores. Por si fuera poco, la suerte no acompaña a la dirección de Génova en el despliegue de sus estrategias. Paradójicamente, justo cuando idean salir al encuentro de los miles de desencantados de Vox, resulta que este vecino ideológico consigue las previsiones más halagüeñas tras superar el profundo bache de sus divergencias internas. Esta recuperación demoscópica de la ultraderecha resulta esquizofrénica. Resulta que sale reforzado a pesar de secundar los beligerantes ataques trumpistas contra los sectores económicos de referencia de un país por el que dice partirse el pecho cual legionario.
El PP cree, no obstante, que Vox lo acabará pagando. De momento sigue empeñado en ampliar su respaldo ciudadano de manera sustancial apelando a la prevaricación del hermano de Sánchez o a la deplorable intromisión de Begoña Gómez en el futuro de Air Europa y en negocios espurios, más allá, por supuesto, de los desmanes que la UCO vaya espolvoreando puntualmente sobre la red de Koldo y de Aldama. Tan ansiada recompensa se le puede quedar muy corta. Hasta ahora asoman exiguas las hechuras propositivas que se le deben exigir a un partido con vocación de alternativa de poder, y que campea adornado demasiadas veces de ese exacerbado ritual del pataleo.
Tampoco figuras tan indecorosas como la de Carlos Mazón benefician al PP. No está descartado que el insensato presidente valenciano sea un mentiroso patológico y que haga de la patraña el sustrato de su credo político. Las progresivas secuencias judiciales acribillan sin remisión su escasa credibilidad personal. Más allá de la maniobra envolvente de algunas informaciones absolutamente contrarias a la verdad, la culpabilidad de la irresponsable actuación de la Generalitat en la tragedia de la dana va tomando cuerpo a pasos agigantados allá donde debe dilucidarse. Tras las primeras resoluciones tan significativas de la juez, los señalados se refugian raudos en la válvula de escape más próxima. Por eso no han dudado en azuzar la vergonzosa maniobra que les acaban de proporcionar los socialistas valencianos. Nada más detestable que mentir en el historial académico de un cargo público. Lo han hecho con los estudios sin título de la Delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, auténtico martillo pilón del PPV en el devenir político de esta tragedia. Una impresentable manipulación que no tardará en rentabilizarse políticamente como merecido castigo.
Los aliados forzados -el repentino idilio con Marruecos al margen- resultan un incordio. Le ocurre a Sánchez con Puigdemont. En el fondo, se sienten ajenos porque son rehenes de su mutua desconfianza. Estos recelos explican, de un lado, las recurrentes advertencias de Junts sobre los compromisos pendientes; de otro, tampoco conmueven porque suenan a latiguillos repetidos. Un desencuentro que nunca ha ido más allá del borde del precipicio. Pero tampoco debería el presidente jugar con la paciencia de quien no tiene nada que perder.