La anterior vez que se murió un Papa las redes sociales apenas tenían presencia en nuestras vidas, así que todo se redujo a una turra mediática de casi un mes entre el fallecimiento, las reacciones y la preparación para lo del cónclave y la elección y todo eso. Pero se podía respirar. Ahora es más complicado. Ahora tenemos a Bergoglio hasta en la sopa. Y eso que el tal Bergoglio al menos ha sido un Papa que ha tirado para donde hay que tirar –y mucho que se habrá dejado en el camino– de una institución atrasada durante siglos. Solo por eso y por los sarpullidos que ha provocado en la derecha –la moderada y la más radical– y dentro de su propia organización, es porque hizo muchas cosas bien. Hablar como habló de muchos temas candentes de la condición humana habrá sido muy importante para millones de creyentes a lo largo y ancho del mundo que hasta él no se sentían respaldados por la principal cabeza de su credo, así que bienvenido fue. El tema es que en estas cosas de la Iglesia Católica nunca sabes por dónde te pueden salir los resultados. Es un poco como la Academia Sueca de Literatura, que casi nunca hace lo que apuntan los pronósticos. Un papa continuista, que siguiese insistiendo en la vía de la desigualdad, de la justicia social y económica, de la diversidad cultural y humana, un papa rocero y con conocimiento de qué pasa en las calles menos favorecidas y de qué pasa en una economía mundial cada vez más concentrada en menos manos sí sería un papa al que seguir o al menos al que escuchar con respeto, creencias al margen. Un papa que vuelva a la senda de Ratzinger o incluso del adorado Wojtyla sería un paso atrás tras los 12 años de apertura de Bergoglio. Un señor al que han vejado y criticado Trump, Milei, Abascal, Ayuso o Ana Rosa Quintana tiene que ser un gran tipo. Ojalá den con uno parecido y la Iglesia Católica no vuelva al siglo XIX.
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