Hay dos Españas y no son la roja y la azul, tampoco son “una España que muere y otra que bosteza” machadianas. Ahora son la España de Revilla, que muestra su desencanto borbónico, y la España de Feijóo, que alaba el legado del emérito pese a su indecencia. Y como “la justicia es igual para todos”, Juan Carlos le puso una querella a Revilla por decir cosas gordas sobre él que son ciertas, reales para ser exactos. Estas dos Españas, cañí y cainita, se pelean ahora en un juzgado. ¡Qué espectáculo cutre pero elocuente, ver al heredero de Franco arremetiendo contra el veterano pregonero de las anchoas y los sobaos! Con este duelo a garrotazos Goya firmaría una de sus mejores pinturas negras.
Revilla es un adicto a la tele, con plaza fija en El Hormiguero y se apunta a un bombardeo si se televisa. Dice que no cobra caché a cambio de hablar a su antojo. Nos ha contado que el Borbón fue su ídolo hasta que se conocieron sus fechorías. ¿Nos quiere hacer creer que nunca antes tuvo noticias de los chanchullos del monarca? Revilla, que no calla, se calló, del verbo callar y, cuando no había remedio, cayó, del verbo caer, en la cuenta. Ya era tarde. Con su silencio de entonces encubrió el lucro ilícito del rey, sus delitos fiscales, su eficacia como comisionista, su oscuro papel en el 23F y de cómo el Estado le pagaba las conejeras y los chantajes de sus amantes.
El emérito retirará la querella antes del juicio, pero su amenaza quedará flotando mafiosamente. Todo seguirá igual mientras no se suprima el privilegio de la inviolabilidad que permite al jefe del Estado saltarse cualquier ley. Revilla llora, pero cuando ocupaba el poder calló, del verbo callar. Revilla y su España van de víctimas, pero son culpables de un antiguo y vergonzoso mutismo.