Arrrrg, la gente en Venecia parece estar en contra de que el megamultimillonario Jeff Bezos y su prometida se vayan a casar allí –igual se han casado ya y no me he enterado, hace días que no entro en el grupo de whatsapp que tengo con Jeff y demás– montando un pollo de órdago que va a paralizar media ciudad varios días según denuncian y a mí en cambio, sintiéndolo por los venecianos, estas cosas me reconfortan con la vida: los ricos megáricos riquísimos tienen que ser así, entre idiotas y memos, en parte de sus cerebros al menos. Porque así la vida se compensa un poco, coño, así no siente uno envidia alguna de sus riquezas, porque piensa la serie de taras que hay que tener para montar un sarao así y aguantarlo y no le entran a uno ninguna gana de estar en los pies del sujeto. Porque hay que tener varias taras para hacer esos festejones horteras, algún cable pelado o algún tornillo suelto, con centenares de invitados, famosos, famosas, jeques, realezas y toda clase de peña del papel couché y yates enormes y helicópteros y limusinas y yo que sé. Bezos, por ejemplo, que está como un armario ropero por cierto de tanto gimnasio –no creo que sea de entregar paquetes a domicilio–, tiene según las estimaciones últimas una fortuna de 230.000 millones de dólares, que son 195.000 millones de euros –un poco menos que el PIB de Hungría y más que el PIB de 134 países del mundo–, con lo que dejarse en las aguas de Venecia 100 de esos millones o 20 o 10 le come un huevo, así que como el tipo lo puede se los deja. De otros millonarios, quizá de esos que tienen entre 100 y 5.000 millones –que los hay a miles–, normalmente ni te enteras, lo mismo se casan en un rancho de 10.000 acres que tienen en Colorado y van 4 a la boda. De esos no te puedes reír, seguro que disfrutan de su riqueza y de los pros y los contras que tenga con sentido común. Tan rico como Hungría. Es increíble.