La viral infidelidad de dos directivos de una empresa tecnológica (Astronomer, con sede en Nueva York) en el concierto que Coldplay ofreció en Boston el pasado de julio ha superado los 127 millones de visualizaciones. La imagen de pánico de la pareja ante la webcam –enfocada de forma inocente– ha sido expuesta a todo el planeta tras ser grabada por un particular, por cierto sin ningún ánimo de lucro.
La historia se vende por sí misma: gente adinerada, crisis matrimonial, Ceos de empresas punteras en datos e IA que lucen fotos de maravillosas familias, el hecho de esconderse tras ser cazados –abrazados en una supuesta aventura extramatrimonial– y un concierto al que acuden más de 50.000 personas. Ambos han dimitido de sus cargos. Mucho se ha cuestionado el puritanismo americano ante este escándalo y el componente de moralidad de las empresas con derecho a escanear y juzgar con quién se acuestan sus ejecutivos. Los americanos son otro mundo. Está claro. Pero también es cierto que ambos asumieron los códigos de conducta de la empresa cuando aceptaron sus cargos como altos directivos bien remunerados.
Andy Byron era director ejecutivo y Kristin Cabot, directora de recursos humanos. Entiendo la controversia sobre las normas de conducta que una empresa puede imponer a sus trabajadores, así como el debate legal sobre la privacidad y el derecho a la imagen... En todo caso, la pareja se expuso en público y cualquiera les podía haber visto con o sin kiss-cam. Añado que el precio personal y profesional que, en todo caso, han pagado ha sido muy alto. Se les ha sometido además a un ajusticiamiento público. Han sido condenados, castigados en redes. Reírse de las desgracias ajenas y hacer memes resulta de lo más frívolo y muy propio de este primer mundo, sobre todo si los furtivos ocupan cierto estatus.
El tema da para una tesis sociológica. También el fondo psicoemocional que subyace sobre las relaciones a partir de los 50 años en esa madurez en la que seguramente –dicen los expertos– tememos ser traicionados y, a la vez, nos da por imaginar que podemos caer en un momento o más de debilidad. En todo caso, mucho cuidadito con lo que hacemos y con quién en los tiempos del omnipresente móvil porque nunca sabes dónde va a acabar.