Cuando la multitud salió de la Catedral este lunes 8 de septiembre y por las vidrieras de la Seo pamplonesa se irradiaban coloristas los últimos destellos del sol al atardecer, quise percibir unas sonrisas especiales en las petreas esculturas de los reyes Carlos III el Noble y su esposa Leonor de Trastámara. A Santa María La Real, testigo de nuestra Historia, le brillaban los ojos y estaba contenta. Doble razón por haber asistido nuevamente nuestra Señora a un precioso acto de unión ciudadana y ser la conmemoración de su nacimiento.

El responso homenaje a Carlos III el Noble, en este año del aniversario de su muerte, ha estado a la altura de los mejores actos cívico religiosos de las principales capitales europeas. Un ejemplo extraordinario de madurez ciudadana, política, social y religiosa.

Durante todo el fin de semana, en las concurridas actividades programadas para dichas efemérides, la Ciudad ha tomado las calles con alegría, unión y disfrute. Puedo aseverar, en lo que conozco, que todos los actos estaban organizados con máximo respeto a nuestra historia, tradición y valores forales. Rubricado queda en las crónicas de los medios de comunicación y en las felicitaciones de la vecindad.

Al igual que en la familia de sangre pueden haber momentos de malos entendidos, en el festivo fin de semana del Privilegio de la Unión con el magnífico colofón en la tarde del lunes, han prevalecido por el diálogo y la buena voluntad de todos, los valores que los tres representantes de las principales instituciones de Navarra proclamaron solemnemente en el responso homenaje. Se resumen en el final de nuestro himno a las Cortes: Amor y Paz.

Este fin de semana Pamplona, la Vieja Iruña, ha mantenido perenne el título merecido de ser la brillante y regia capital del Reino de Navarra.