La capacidad de la Administración norteamericana y, en concreto, la del presidente de EEUU, Donald Trump, para asombrar al mundo no encuentra precedentes. Y no solo por lo que dice y hace, sino también por cómo lo dice y cómo lo hace, situando al país que tutela desde el Despacho Oval en una suerte de limbo en el cumplimiento de los preceptos aceptados por el derecho internacional y muy lejos de los procederes de quienes se rigen por sistemas democráticos.

A nadie se le escapa que la actividad de las agencias de inteligencia estadounidenses es real, efectiva y completa en todo el mundo. Y, sobre todo, en aquellas zonas más calientes del planeta, como, por ejemplo, Sudamérica. Es una evidencia documentada que allí, durante décadas, elementos ligados a la CIA han fomentado golpes de estado contra democracias, han armado a grupos insurgentes y han ayudado a regímenes dictatoriales ejemplares en el incumplimiento de los Derechos Humanos, entre otras actividades difíciles de soslayar. Por eso, escuchar y leer al presidente Trump anunciar a bombo y platillo en los medios de comunicación nacionales e internacionales y en prime time (por si había alguna duda) que había dado la instrucción a su Agencia Central de Inteligencia de ejecutar “acciones encubiertas” en Venezuela, sorprende.

Además de situar un hito único en el ámbito de las relaciones geoestratégicas, ya que la misma génesis y objetivos de este tipo de organizaciones requieren de sigilo y discreción, impone un episodio más en el afán hiperbólico del presidente norteamericano por trascender ante sí mismo y ante la Historia. Lógicamente, detrás de todo lo que acontece en aquella zona del mundo, hay una vuelta de tuerca extra en la pretensión norteamericana de acabar con Nicolás Maduro, anhelo que data del primer mandato de Trump.

En ese contexto hay que entender los seis ataques extrajudiciales ejecutados por las fuerzas armadas norteamericanas contra navíos que presuntamente transportaban droga hacia EEUU y las acusaciones de pertenencia a organizaciones de narcotraficantes contra el presidente de Venezuela. La falta de pruebas públicas que aporten veracidad a los hechos y a los dichos norteamericanos para con Venezuela, solo introduce un matiz no menor en la actitud de la Administración Trump, proclive a eludir las formas de hacer de un Estado que se autodenomina la primera democracia del mundo.