Dos hechos muy dispares del ámbito cultural han abierto estos días debates interesantes. Hace una semana se fallaba el Premio Planeta con un galardonado merecidamente cuestionado, una decisión de la editorial que ha permitido poner sobre la mesa cuál es el papel de la literatura hoy en día y qué sentido tienen los premios que en ella se otorgan. Si la literatura tiene que entretener o ir más allá, si la escritura que se premia tiene que ser buena además de entretener. Y en contra de lo que decía Juan del Val al ganar el premio, de que lo comercial no esta reñido con la calidad, y que no se trata de escribir para las élites sino para la gente, yo creo que en este caso el orden de las palabras sí importa porque quizás lo mejor es que la calidad no esté reñida con lo comercial para que los libros aparte de venderse sean buenos.

El debate está servido y la decisión de leerle o no por suerte es de cada lector o lectora. Pero no ha sido el único hecho noticiable que ha revolucionado el panorama cultural fuera de nuestras fronteras. Me refiero al robo perpetrado el pasado domingo en el Museo Louvre de París, un robo de película que quien sabe si llegará a las pantallas y que ha puesto de manifiesto la mala seguridad de los museos y reabre el debate sobre cual debe ser el papel de los museos como el Louvre en nuestros días. Espacios como la pinacoteca francesa, víctimas de su propio éxito con miles de personas deambulando por las salas móvil en mano, no tanto para observar lo que tienen delante sino en busca de esa obra famosa que les permita el mejor selfie posible.

Salas abarrotadas en las que pasan cosas como el robo de las joyas, que evidencian que no estaban en el lugar que merecían. Que en la era de la tecnología más sofisticada, donde casi todo se graba, se pueda producir un robo de estas características sin que quede registrado por ninguna cámara, que se sepa, es cuando menos sorprendente. Que lleguen en moto y con un camión con una escalera elevadora, aparquen, la eleven, rompan el cristal, entren, rompan las vitrinas cojan las joyas y se vayan por donde han venido es digno de Lupin, el personaje de los libros de Maurice Leblanc, un ladrón de guante blanco imposible de pillar que fue llevado ya a la pantalla en una serie de Neflix que arrancaba con un atraco muy similar. El robo del Louvre ha sido otro golpe en la moral de Francia. Está tocada. Pero hay están los visitante haciéndose selfies con la ventana del robo de fondo. El arte, en definitiva, tampoco importa tanto.