Toca ser fuerte. Resiliente le llaman ahora. Con la temperatura, me refiero. Porque ya hay casas en las que según la orientación y los días el asunto empieza a pedir calefacción en octubre. Y eso no, amigas y amigos, eso no. Calefacción en octubre es sucumbir a las grandes compañías y a sus CEOs y a sus accionistas y todo eso. Hay que abrigarse, punto. Por ahora, al menos.
Veo que en mi demarcación la máxima de hoy va a ser 14 grados y mañana 17, pero pasado ya sube a 21. ¡Vamos! El caso es que con lo del cambio de hora a mí no solo me cambian la hora y me sisan –como a todos– la hora de luz por la tarde, es que esa hora de luz por la tarde era precisamente la hora o ya poco más en que me pegaba, de haberlo, el sol en la fachada. Todas las penas vienen juntas, ya lo sabemos.
Pero no sucumbiré esta semana a que me baje la temperatura del termostato, no pienso hacerle ni caso mínimo hasta noviembre. Confío en noviembre, en que me dé unos días de prórroga y no tenga que purgar los radiadores antes de tiempo. Porque, ya digo, me parece una derrota.
Aparte de que ya no sé de dónde viene ese gas natural que calienta mis huesos. Leo que puede ser Argelia, Estados Unidos, Qatar, Nigeria, Trinidad y Tobago, Rusia –sí, Rusia– y algún país más, así que unos por unas cosas y otros por otras no termino de encontrarme cómodo con la situación, al margen ya, claro, de que los elefantes del sector son los que están en el cotarro.
Y no tengo estufa de leña. Así que sin caer en la tontería de estar con disconfort, por lo menos trato de apurar el momento de tirar de ella, la calefacción, para hacer además un poco al cuerpo a lo que empieza a haber en la calle. El cuerpo es muy perro y en cuanto le metes calor artificial te lo pide al día siguiente y al siguiente y no se conforma con un grado más si le metes dos grados más. Parece accionista el muy cabrón. Qué suerte poder pagarla, en todo caso.