Hoy me he levantado optimista. Leo que Mazón está contra las cuerdas tras la manifestación de 50.000 personas en Valencia que pedían su dimisión el sábado. Y que este domingo en Sevilla, miles de mujeres, convocadas por Amama, una asociación de mujeres de apoyo mutuo, sacaban pecho frente al presidente Juan Manuel Bonilla. Le exigían responsabilidades políticas por los fallos en el cribado de cáncer de mama que afecta a 2317 mujeres. Y también decencia y empatía. Dicen en Amama que esto es solo la punta del iceberg que evidencia el colapso del Servicio Andaluz de Salud en medio de la asfixia de lo público y la conspiración silenciosa de la derecha en favor de la sanidad privada.

Estas manifestaciones ciudadanas, como las movilizaciones contra Israel en la Vuelta a España o las protestas en favor de Palestina, demuestran el hartazgo ciudadano huérfano de canales de mediación política eficaces y contundentes. Y es que pareciera que las calles vuelven a recuperar el latido de la historia y del conflicto de clases, de género y racial. Así que sí, hay que ser optimistas frente al colapso moral y los políticos que no ocultan su salvajismo mental, sino que lo convierten en espectáculo de los “abascales” y “feijoos” abonados a la obscenidad performativa. Porque las calles que el neoliberalismo ha convertido en espacios desconflictivizados sin más pretensión que consumir, vuelven a ser zonas liberadas donde los cuerpos reivindican un espacio de acción, diferencia y conflicto.

La teta de Anabel, esa mujer andaluza que un día se acostó con una mamografía que delataba una lesión en su pecho y días después se levantó sin información alguna sobre su lesión, ha movido más conciencias que muchas revoluciones pendientes. Y removido las calles de Sevilla para denunciar que el cáncer no espera, que el retraso de unos meses en un diagnóstico médico puede costarte la vida. Esa vida sin más planes que levantarse y vivir. Una vida sin secretos.