Hace unos días tuve la oportunidad de hacerle una entrevista a Jose Mari Esparza, escritor y editor “rojo separatista”. Este activista incansable es conocido, entre otras muchas cosas, por sus más de treinta libros, por ser el azote de la Iglesia en el tema de las inmatriculaciones y por sacar a la luz los datos más terribles y vergonzosos de la guerra y la dictadura en la obra “Navarra 1936, de la esperanza al terror”.

Pues bien, Esparza trabajó durante 20 años en la fábrica de Luzuriaga en Tafalla. Con amianto. Hace unos meses le diagnosticaron cáncer de pleura y le vinieron a decir que fuese poniendo sus asuntos en orden. Y eso es lo que está haciendo con los trabajos que tenía por terminar, pero lo que no contaba él es que, a estas alturas y en estas condiciones, iba a tener que ver la cara más atroz del capitalismo.

Según me contó en esta entrevista que se puede leer en la revista Argia, miles de personas están muriendo por efecto del amianto, pero lograr el reconocimiento oficial es una auténtica carrera de obstáculos diseñada para que el proceso de papeleo dure más que la vida de los propios afectados. Jose Mari lleva más de cuatro meses peregrinando de oficina en oficina y por los despachos de la propia empresa, donde le dicen que no lo conocen y que vaya a ver al abogado tal y al notario cual. Entre sesión y sesión de quimioterapia se ha visto obligado a volver de nuevo a la lucha sindical y, además, contrarreloj.

Esto clama al cielo y es una historia que se repite hasta la saciedad porque ni a la Administración ni a las empresas les interesa reconocer lo que ya han recogido diferentes sentencias judiciales: que no hubo evaluación de riesgos, ni protección, ni formación, ni información…

Maldito capitalismo puro y duro.