Marta es gran dependiente
Hasta hace unos días pensaba que esta descripción aludía a la situación funcional de mi hermana. La esclerosis múltiple progresiva que sufre le ha provocado de modo lento pero constante, a lo largo de los últimos 15 años, una tetraparesia espástica que le obliga a vivir en silla de ruedas.
Hasta hace unos días pensaba que gran dependiente se traducía, desde el punto de vista de la Administración Pública, en el grado de incapacidad con el que se clasificaba a tanta gente como ella que, en Navarra, acuden a centros de día para ser tratadas del mejor modo posible, tanto desde un punto de vista físico, como psicológico o social. Además, reciben una prestación económica de 390 euros, en virtud de la cual mi hermana se costea una persona que le ayuda, le asea y le prepara antes de acudir a uno de estos centros, y le permite cierta autonomía con respecto a su familia durante una horas.
Todo esto pensaba hasta hace unos días, hasta el preciso momento en el que a mi hermana, como a tantos otros navarros, le llegó una carta de la Consejería de Política Social. En ella le anunciaban la incompatibilidad de ambas ayudas y la necesidad de elegir una de ellas. Nadie es ajeno a la situación económica que sufrimos, pero me resisto a creer que nadie en dicha Consejería haya tenido la valentía de acudir a los centros de día, visitar a los afectados y analizar caso por caso, e intentar buscar soluciones alternativas en lugar de tramitar órdenes forales sin importar a quiénes perjudiquen.
Quizá ha sido en ese momento cuando he sido consciente de la verdadera definición que hay detrás del gran dependiente: aquél al que se le puede dar y quitar prestaciones sin la más mínima explicación. Mi hermana, como otros muchos, es una gran dependiente de las ocurrencias que, en aras de salvarnos de la crisis, tengan a día de hoy quienes dirigen la Consejería de Política Social. Y de sus responsables.