Cuesta creerlo, pero es absolutamente cierto, se lo aseguro. ¿Sabían que existía por ahí una invitación para que 20 personas discapacitadas disfrutaran de la cabalgata de Reyes desde la posición privilegiada de los balcones del Parlamento foral? Pues así es, para que luego hablen de la supuesta insensibilidad política.
Es posible que los actuales moradores de la casa de todos los navarros hayan sufrido un ataque agudo de remordimientos. También puede tratarse de una repentina inflamación de caridad a la antigua usanza. Cabe la remota posibilidad de que la invitación se haya hecho extensible a cualquier persona discapacitada con la solapada intención de que acudan únicamente aquéllas que tengan la supuesta obligación social y moral de acudir al evento por razones a determinar. A lo mejor, simplemente se trata de que estas 20 personas discapacitadas puedan observar cómoda y detalladamente cómo sus altezas orientales pasean en lujosas carrozas el magnífico regalo de los recortes por incompatibilidad y comprobar con sus propios ojos cómo sus cuidadores disponen de tiempo y medios para formar parte del regio cortejo. Se manejan varias hipótesis y se trabaja en todas ellas.
De cualquier manera, el tema presenta muchas similitudes con esas bodas de compromiso en las que primero hay que echar mano a la faltriquera para poder besar a la novia. Suelen ser invitaciones envueltas en un sobre satinado que ya avisa de la gravedad económica del asunto, impresas en el mejor papel del mercado para que resulten indestructibles, escritas con tinta indeleble para que quede constancia y que suelen llegar a nuestras casas en el momento más inoportuno.
Resulta un tanto complicado entender por qué los mismos que condenan al ostracismo, al descuido y al olvido mediante un solemne decreto, son capaces de intentar generar admiración y agradecimiento en una sencilla y a la vez magnánima invitación con delicados cantos dorados.
Todo un detalle que aclara en cuánto valoran el mundo de la discapacidad.