Diariamente ocurre siempre esta situación: entra por la puerta de un transporte público un anciano, una mujer embarazada o un minusválido, lo primero que hacemos es mirarle para luego quitar rápidamente la mirada y parecer que no nos hemos dado cuenta de que le hemos visto entrar. De esta forma intentamos seguir sentados en ese preciado trono que nos hemos ganado por el mero hecho de entrar antes, poco nos importa el estado de esa persona, las señales de advertencia de prioridad sobre los asientos, o esas frases de educación que resuenan en nuestras cabezas. Ocurre lo mismo con las plazas de parking de minusválido, que al estar más cerca de la entrada a los centros comerciales son ocupadas por personas que no tienen ninguna discapacidad. ¿Pero en qué nos hemos convertido? ¿Imperan más las leyes de la selva que el de una sociedad? ¿Acaso llegado el momento si tuvieses alguna imposibilidad no te gustaría que te cedieran el sitio? Ponte en su lugar y piénsalo dos veces, verás que no es ninguna ganga estar así.