Sin duda, el Valle de los Caídos está de actualidad. En torno al mismo se está desatando una auténtica pelea política. Y yo no quiero entrar en ella. Allá cada uno con sus ideas, con sus intereses partidistas y sus objetivos electorales.

Pero en lo que sí quiero entrar es en el papel que, en mi opinión, puede y debe asumir la Iglesia en este asunto. Lo hago desde mi condición de católico. Y por tanto con respeto y cariño a la Iglesia a la cual pertenezco.

Creo, primero, que la Iglesia católica debe quedar al margen de la polémica. Y para eso considero que se debe comenzar, lo antes posible, un proceso de desacralización de todas aquellas dependencias del complejo del Valle de los Caídos dedicadas al culto religioso.

En segundo lugar, la Orden Benedictina debería retirarse del monasterio al cual acudieron, desde el de Santo Domingo de Silos, a petición de Franco, lo cual, con una mínima perspectiva histórica y de justicia reparadora, justificaría su retirada.

Todo esto que me permito proponer no evitaría la polémica política, pero al menos tanto la Iglesia como los Benedictinos quedarían al margen de la misma, que no es poco. Y ejemplos de desacralización hay muchos. Por ejemplo la iglesia de la Merced, del s. XVII, en Bilbao, que está convertida desde hace años en el Centro Bilborock. Lo que sacraliza un espacio, un edificio, no son las piedras, son las personas y lo que, de común acuerdo, ellas y las instituciones eclesiásticas correspondientes consideren que es sagrado.