Hemos vuelto. Ya estamos en casa. Ya hemos quitado el polvo de ese hall que nunca quisimos dejar. Ya hemos abierto la puerta que tanto nos costó cerrar, entre lágrimas, para cumplir nuestra trigésima temporada en Primera. Ya hemos limpiado el cristal del espejo de la entrada y, por fin, nos volvemos a ver risueños y con ilusión. La emoción de volver a ver nuestro sofá de gloria, de goles compartidos, de sueños cumplidos y de hazañas alcanzadas es superlativa.

Ver de nuevo nuestra cocina donde tantos bocadillos de tortilla hemos preparado para nuestras cenas europeas da escalofríos. Nada que decir sobre la chimenea y los fogones en los que hemos forjado nuestros hierros del norte para hacer frente a gigantes. Qué bonito. Qué bonito es volverse a ver en casa, rodeado de tantos recuerdos, de tantos momentos y de tantos gritos acalorados. Qué conmovedor va a ser abrir de nuevo ese cajón con las bufandas europeas de Hamburgo, Leverkusen, Burdeos o Glasgow. Qué gratificante va a ser volver a ver los puestos europeos, aunque sea de lejos. Estamos en casa. Estamos en ese lugar que nunca debimos abandonar. Será entrañable asomarse al balcón y recordar, mirando a un césped de Primera, cada respiro de permanencia, cada esperanza copera y cada clamor europeo. Somos valientes, luchadores y con un corazón ambicioso.

Por todo ello, juntos, hemos conseguido encontrar de nuevo la carretera para llegar a casa. Hemos atravesado los bosques tenebrosos asturianos y gallegos, las tormentas de Tarragona, los desiertos fríos del Moncayo, las arenas movedizas granadinas, el vendaval que tumbó nuestra grada en ese día que se ponía fin a catorce años en Primera, el visto y no visto de hace dos años y la trágica circunstancia apática de tener que sobrevivir en Sabadell a un adiós hasta siempre del equipo de nuestra vida. No obstante, ahora ya no decimos hasta siempre, decimos hola de nuevo y, además, lo podemos decir siendo campeón. El Sadar volverá a hacer sufrir a los grandes, pero hay que tener claro a dónde subimos, qué categoría es y lo que supone. Sin volvernos locos, cogiendo experiencias del pasado y siendo nosotros mismos.

Por eso, he de decirte Osasuna que te animaré cuando menos lo merezcas, porque será cuando más lo necesites. Eres una forma de vivir, de sentir, de reír, de llorar y de correr. Eres corazón puro, vena hirviendo y sangre caliente. Eres el equipo de mi niñez, mi infancia y mi juventud. La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada. Tú eres mi realidad, mi compañero de viaje, mi amigo, mi hermano, mi abuelo, mi sueño, mi ilusión y mi emoción. Por eso, cada vez que voy a verte, me siento orgulloso de ti. Gracias por todo, Osasuna. Juntos hasta el final.