Otra vez en la calle las opiniones sobre el acceso a la universidad. No me sorprende que se le dedique tanta atención mediática a un tema que sigue siendo punto débil en nuestro sistema educativo. Hablemos pues de la EvAU, la mal llamada Selectividad. En estos días se han realizado los exámenes de la primera convocatoria de este curso. Ya están trabajando a destajo los correctores. Es conocida la celeridad del proceso de calificación para que los nuevos bachilleres conozcan lo antes posible los resultados y puedan matricularse en los estudios del Grado que desean cursar y en la universidad que les admita.

Se habla mucho de las “notas de corte” para los diferentes Grados en las múltiples universidades existentes, pero quiero centrar mi comentario en el corte que supone para un alumno ver cómo se ha llegado a la calificación final con la que concurrirá al intento de acceso.

Conocido es que hasta ese momento el estudiante no ha pasado por ninguna prueba de calificación externa que tenga trascendencia en su currículo académico. Ha pasado por cientos, quizás miles, de pruebas, exámenes, pero siempre han sido corregidas y calificadas por sus propios maestros y profesores. Las pruebas de diagnóstico, las pruebas PISA, con ser importantes para el análisis del sistema, no cuentan en el expediente académico del estudiante. Así que no es de extrañar el agobio, los nervios, las dudas que les provoca la EvAU. A ellos y a su entorno más inmediato.

Aun siendo claro el diagnóstico, sobre la dudosa justicia en la aplicación de estas pruebas, al no garantizar la igualdad de oportunidades en el acceso a estudios posteriores, la inercia ha hecho que llevemos décadas realizando estos exámenes y determinando con ellos la vida de muchas personas. Puedo dar fe de que se intentan realizar lo mejor posible todas las fases del proceso. Fui bastantes años coordinador de Biología, en representación del profesorado de Bachillerato. Participé como vocal corrector de estos exámenes, tanto en Zaragoza en los años 80, como en Pamplona a partir del nacimiento de la UPNA. Fui incluso miembro de la comisión organizadora de las pruebas de acceso en años difíciles, con una falsa denuncia de filtración de un examen. Siempre he vivido esto con la sensación de que se hacían las cosas bien, lo mejor posible. Pero a la vez, especialmente desde que se instauró en España el distrito universitario único solicité públicamente el cambio necesario. Así que comparto con la ministra de Educación, Isabel Celaá, la urgencia de un estudio que lleve a un acuerdo para solventar de una vez el problema que nos ocupa. Opino que, independientemente de que se realice o no una prueba de homologación de Bachillerato, que cada comunidad autónoma podría y quizás debería proponer las pruebas de acceso a los distintos grados deben ser propuestas y realizadas en las propias universidades públicas al igual que lo hacen las privadas. Y su contenido debe versar sobre las materias estudiadas en Bachillerato que tengan relación directa con el Grado al que se quiere acceder.

Estamos a las puertas de que se adjudiquen las 60 plazas con las que la UPNA va a comenzar la impartición de los estudios de Grado en Medicina. Hay muchas ilusiones, muchas expectativas en nuestro alumnado para ocupar una de ellas. Que la UPNA no pueda establecer sus propias pruebas de acceso y que tenga que aplicar estrictamente el escalafón de puntuación salido de una injusta EvAu es grave y suficiente motivo para intervenir ya. Además esto sucede en todos y cada uno de los Grados en los que la demanda supera a la oferta de plazas.

Hace ya unos 15 años un destacado profesor de la UPNA realizó un estricto estudio estadístico sobre la correlación de calificaciones entre el expediente académico y las notas de las pruebas de acceso. Salió lo esperado, lo que tantas veces habíamos denunciado profesores funcionarios docentes: casi dos puntos de desviación, con notables diferencias entre colegios privados e institutos. Le pregunté si lo iba a publicar y cuándo, me contestó: “Lo siento, Ángel, me da corte el hacerlo”. Pasó a un cajón y supongo que la trituradora de papel habría acabado en algún momento con él. No puede ser que “la nota de corte” trunque los sueños de gran parte de nuestra sana juventud. A mí sí que me daba corte no escribirlo así.

El autor es profesor jubilado