Así llama Jorge Barudy, referente en este tema, a la experiencia del abuso sexual infantil.

Escribo esta carta en mi doble condición de exalumna de Ursulinas y de psicóloga clínica con más de 30 años de experiencia en Salud Mental infantojuvenil.

Y es que el abuso sexual sigue siendo una lacra apenas visible, ya que si se supone que la prevalencia en mujeres es de un 20 por ciento (1 de cada 5), sólo un 10 por ciento de las víctimas se atreve a denunciar, o si lo hace, es mucho tiempo después, como en el caso de las exalumnas de Ursulinas que lo denunciaron en DIARIO DE NOTICIAS de fecha 22/07/2019.

El problema es que cuando se hace la revelación, como en este caso, las supuestas abusadoras no se pueden defender, pero es que el miedo, la culpa y la vergüenza hacen que a menudo no se pueda denunciar antes.

Por otra parte, desafortunadamente en este caso, como ocurre también en el abuso intrafamiliar, la respuesta a la desvelación es a menudo el cierre de filas de los de alrededor y la negación (“pero cómo va a hacer eso el abuelo, eres una mentirosa”?). Y así los “yo no vi, yo no me enteré...”.

A todos nos cuesta creer que las personas con la responsabilidad de cuidar, educar y velar por los niños abusen de la situación de cercanía y superioridad para provocar un daño atroz (madres, mères les llamábamos a las monjas), pero ocurre.

Con el paso del tiempo los recuerdos pueden distorsionarse, pero eso no nos autoriza a no creer a personas que afrontan el difícil reto de la revelación. En principio deberían poder contar con nuestra empatía y solidaridad. Y que una vez más el entorno que no les creyó y/o miró para otro lado, no se vuelva a repetir.

Aplaudo también y espero que la Comunidad, como anuncia, abra una investigación.