el Festival de Teatro de Olite de este año ha puesto en escena la obra El último tren a Treblinka, un homenaje a los niños y niñas hacinados primero en el gueto judío de Varsovia, pasando hambre y frío y asesinados después en los hornos de Treblinka hace más de 75 años.

La historia es también un homenaje al director del orfanato judío de Varsovia Janusz Korczak, inmenso pedagogo que propició que los niños internos en el orfanato crearan un eficaz sistema de autogobierno y lograrán producir su propio periódico. “Un hombre maravilloso que era capaz de confiar en los niños y jóvenes de los que cuidaba, hasta el punto de dejar en sus manos las cuestiones de disciplina y encomendar a algunos de ellos las tareas más difíciles con gran carga de responsabilidad”, expresó acerca Korczak el psicólogo suizo Jean Piaget.

En estos momentos que desde Unicef y otras organizaciones ponemos en valor la importancia de la participación infantil, rescatar el ejemplo de este pedagogo es fundamental.

Personalmente jamás he dudado de la utilidad social del teatro, y son obras como esta, su puesta en escena, sus textos y su interpretación las que me confirman su potencia como herramienta comunicativa que provoca emociones e interroga a los presentes.

Supongo que cada uno de los 200 asistentes a la función teatral en la carpa de Olite nos fuimos con sensaciones diferentes e impactos diversos, yo quiero compartir con ustedes en estas breves líneas las preguntas que desde que salí me martillean la cabeza: ¿Es posible que esto se repita?, ¿es posible que esto esté pasando en estos momentos?, ¿quiénes son hoy los niños y niñas del último tren a Treblinka?

Muchas veces me hago preguntas y no encuentro respuesta, pero desgraciadamente esta vez no, esta vez sé la respuesta, está pasando, aquí y ahora, en muchos puntos del planeta, y especialmente en nuestra querida hipócrita y cobarde Europa.

Los niños del orfanato de Varsovia eran los más vulnerables, los más necesitados, como lo son hoy los niños y niñas hacinados en los campos de refugiados de Siria, Lampedusa, Grecia o Turquía, ambas historias comparten pues pobreza, racismo, dolor físico y moral y comparten también frío, hambre y enfermedades.

Esto existe hoy, a pocos kilómetros de nuestras casas, son familias como nosotros a los que se les ha robado el futuro, los niños de Treblinka después del hacinamiento, el frío y el hambre entraron por una puerta y salieron convertidos en humo por la boca de un horno maldito. ¿Convertiremos nosotros entre todos y todas en humo a nuestros niños de los campos de Siria, Lampedusa, Grecia o Turquía?

El autor es presidente Unicef Comité Navarra