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Voto en blanco

La percepción que la ciudadanía tiene de los políticos es más bien negativa y de rechazo. Las razones pueden ser múltiples, pero básicamente porque quien los ponen en lista son los partidos políticos. Tienen excesivo poder y de su uso indebido vienen muchos males. Si la soberanía reside en el pueblo, es evidente que procede actualizar la Ley Electoral para rebajar ese poder. No rechazan a los políticos en general -son necesarios-, pero no así, ni tantos, ni elegidos o impuestos por ellos, ni defensores a ultranza del partido por encima del interés ciudadano, etcétera. Con toda razón los ciudadanos exigen ser protagonistas de su elección. Para empezar, listas abiertas ya, con mucho debate en televisión pública, regional o nacional, y prensa escrita, para conocerlos mejor y poderlos elegir con criterio.

¿Qué tal si existiera una norma que diera valor al voto en blanco? Hoy todo ciudadano tiene esta opción pero carece de valor pues no tiene consecuencia alguna. La propuesta de una nueva norma legal para que, si fuera la opción mas votada -y, por lo tanto, la ganadora- llevara aparejada la nulidad de tales elecciones y el rechazo automático de todos los candidatos que se presentaron. O sea: nuevas elecciones, con nuevos candidatos. Iniciaríamos campañas y podríamos oír y leer sus propuestas y discursos de modo que devolvieran todo el protagonismo al votante. Los líderes de los partidos se lo pensarían mejor antes de hablar. Con una norma así, esta circunstancia de desgobierno prolongado actual se hubiera evitado para beneficio de todos. Citados como estamos a votar el próximo 10 de noviembre, como todavía no existe tal norma legal lo desaconsejo por completo. No serviría para nada y quitaría votos útiles necesarios para equilibrar la balanza actual. No hay más remedio que elegir, con disgusto, al partido que acumule menos engaño. Habría más normas a proponer que vendrían bien. Por ejemplo: multas automáticas por tráfico hablado indebido. Se debe hablar siempre en positivo de las bondades del proyecto político propio, y denunciable que se hable mal de los otros. Aprenderíamos un lenguaje nuevo e imitable. El y tú más quedaría erradicado.

Otra medida interesante podría ser la de impedir el juego de siglas de partidos y coaliciones, que deberían ajustarse manteniendo el nombre del titular mayoritario y añadiéndole el tradicional “... y Cía.”. ¡Lo de ahora, ni hablar! Simplemente para no confundir al personal harto de tanto camuflaje. ¡Hala!, pues eso, los políticos a trabajar en lo que les es propio, y nosotros, ciudadanos de a pie, aportando ideas para mejorar la convivencia de todos, que es lo nuestro.