He visitado Monte Avril, escenario en el que tuvo lugar la cruel batalla de Artxanda previa a la toma de Bilbao por las tropas moras y rebeldes de Franco. Tengo el recuerdo del relato que mi abuelo nos hacía contándonos las hazañas que los gudaris protagonizaron. Supongo que en el relato habría algo de fantasía, pero era una gesta de mis compatriotas. Al entrar en el bunker me ha surgido un profundo sentimiento de perdedor. Nunca había sido consciente de ello porque los vencedores borraron todo indicio de lucha, como si la guerra hubiera sido una aventura imaginaria, pero que ganaron los buenos que eran ellos. Me ha impresionado la reconstrucción de la lubaki porque ilustra la limitada capacidad material de nuestros gudaris, pues carecían de armamento y equipos, faltaba organización y, sobre todo, carecían de la saña necesaria para rechazar a las tropas rebeldes; ésas sí que fueron crueles. Lo único que les sobraba a los gudaris era valor, aunque sus mandos profesionales fueran unos inútiles, cuando no espías de los rebeldes que desertaron con los planos del eufemísticamente llamado cinturón de hierro, lo que realmente eran unas simples zanjas que bombardeaban sin oposición la aviación alemana e italiana. Ahora reconozco cómo los vencedores han diseñado su actual esquema de dominio de nuestro pueblo para ser mimetizado y asimilado por los invasores. Pero a pesar del desánimo me queda aún la esperanza de que logremos aprender de los catalanes: han surgido del pueblo líderes ejemplares que, después de múltiples sacrificios, encarcelados y huidos, ahora están a punto de lograr con inteligencia, patriotismo y sin violencia la autodeterminación soñada. Reconozco que la visita a la lubaki me ha provocado una mezcla de orgullo al conocer la gesta anónima de nuestros gudaris que se ha ocultado por los vencedores. Pero también una sensación amarga porque he descubierto la actitud cicatera de la República, pues reconocieron la República de Euzkadi cuando todo estaba perdido, y todo por la desidia e incompetencia de los mandos militares de profesión. Las actuales autoridades vascas son deudoras de un mínimo reconocimiento del sacrificio de aquellos gudaris anónimos.