Creo que desde crío no había vuelto a tener la sensación aquella de sentirme muy avergonzado por algo. La vuelvo a sentir ahora viendo el espectáculo de las comparsas de feria en las que se han convertido nuestros partidos políticos. Un show que está condenando nuestro sistema democrático, precisamente por la conducta irresponsablemente vergonzosa de unos políticos que cacarean y presumen de su condición de demócratas.Creo que en la inmensa mayoría de los países del mundo, el macrodesarrollo de los partidos políticos y la radical profesionalización de sus integrantes ha hecho que tanto las ideologías políticas como los problemas de la ciudadanía, que deberían ser la razón de la existencia del mencionado aparato político, hayan dejado de tener importancia y que lo único que verdaderamente importa para los políticos es la supremacía o la mera supervivencia de los partidos a los que pertenecen para continuar viviendo o trepando en ellos. Partidos desmesurados, que devoran nuestra economía y que amparan una cantidad ingente de parásitos oportunistas que resulta imposible seguir amamantando. Aparatos políticos que, como hemos visto a lo largo de nuestra historia reciente, han ido involucionando hacia la corrupción para poder mantener sus propias macroestructuras, convirtiendo la mentira y la estafa en su razón de ser.Desde mi punto de vista ya no hablamos de democracia o no, hablamos de que se ha instalado un gigantesco aparato político paralelo para explotar y vivir de una doctrina pretendidamente democrática que ha acabado con nuestra pobre esperanza de tener un día un país verdaderamente democrático. Pero, ¿cómo se podría acabar con esto? Porque lo que está muy claro es que el voto no es la solución.