i hablamos de expolio y rapiña institucionalizada en el mundo del arte, la palma se la lleva Hitler desde el momento en que llamó “degenerado” el arte moderno, sabiendo como sabía que grandes figuras del movimiento artístico de la preguerra eran judías. A partir de aquí se produce una confiscación en masa de obras de arte que fueron a parar a colecciones privadas y a comisionistas de todo el mundo... además de engordar el patrimonio de dirigentes nazis como Goering o Goebbels.

Pero no ha sido el único gobierno ilegítimo que ha expoliado arte. Una parte significativa de la Europa más fetén está sustentada en el colonialismo donde refulge con luz propia el expolio artístico como característica de la Europa del siglo XIX en África, Asia y el Pacífico. La buena noticia es que se están dando pasos acelerados para restituir el patrimonio expoliado. Nos fastidia que no sea lo mismo visitar algunos templos del arte, como el Louvre o el British Museum, que es como dar una vuelta al mundo del arte antiguo. Pero esto es porque hemos dado por bueno, durante décadas, la manera en que algunas de las mejores colecciones han llegado a Europa engordando la bolsa de quienes nunca fueron sus legítimos propietarios.

Sin ir más lejos, el British Museum, el lugar más visitado del Reino Unido, mantiene abierto un conflicto con Grecia, que lleva décadas reclamando mármoles y estatuas del Partenón de Atenas. Un tal lord Elgin se llevó en el siglo XIX parte del friso de este gran icono arquitectónico de nuestra civilización a Londres y lo hizo en calidad de embajador del imperio británico, entonces potencia ocupante. Veremos en qué queda este y otros litigios con otros museos con los vientos de esta “descolonización” que está recorriendo Europa.

No deja de tener su aquél las opiniones que defienden el expolio, agradecidos por la cantidad de talento, dinero y medios que los imperios europeos dedicaron a salvaguardar una memoria arqueológica que sus pretendidos propietarios despreciaban. Por esa misma razón, había que perdonar la rapiña de las materias primas porque los países pobres no sabían qué hacer con ellas siendo engañados a cambio de unas migajas. Ya lo dice un proverbio: “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de caza siempre glorifican al cazador”.

Lo cierto es que algunos -bastantes- buenos museos europeos hicieron de corsarios para sus gobiernos para exhibir las rapiñas en las metrópolis como símbolos de su poderío imperial. La fuerza militar de las potencias coloniales saqueó los palacios y las ciudades de los vencidos. Es lógico que prácticamente todos los grandes museos con colecciones así conseguidas han rehuido tratar la cuestión del expolio. El caso del busto de Nefertiti nos pone frente a otro tipo de expolio. Aquí se trata de un botín científico, pues su hallazgo fue promovido por una institución científica y la cuestión de a quién pertenece la propiedad sigue sin estar nada clara.

Estos nuevos vientos de justicia restaurativa proveniente de una sociedad más concienciada, pone en cuestión los pilares ideológicos sobre los que se construyeron los grandes museos de las potencias coloniales. Por eso dichos grandes museos afectados por esta realidad han invertido más esfuerzos en defender sus derechos de propiedad, que en intentar poner luz sobre las sombras existentes en la historia de sus obras artísticas. O les ha resultado más fácil devolver objetos a los herederos de sus propietarios que hacer un ejercicio de restitución de la memoria ante la realidad de que se habían convertido en algo más que un centro de arte: en la herramienta colonial que el Estado ha utilizado para asegurarse el monopolio de la narración histórica.

Al menos queda abierto el melón de hasta dónde ha llegado la ideología del colonialismo artístico cuya ramificación más cercana es la política violenta de asimilación cultural que por aquí tanto hemos padecido sin necesidad de involucrar a los museos.