Si hay una Comunidad por antonomasia carismática y que ha mantenido siempre arraigo por mantener sus señas de identidad a lo largo de la historia, esa ha sido Nafarroa e Iruñea como capital. ¿Navarra tierra de toros? Cierto. Y entre otras muchas cosas, ligada al caballo. He aquí. Narraba ya el viajero Estrabón que los antiguos Vascones, pobladores de estas tierras, sacrificaban estos mamíferos en honor al dios de la guerra. Imposible obviar la unión con este portentoso animal en una tierra tan agraria como era la nuestra hasta la implantación industrial, donde se curraba el campo a tiro de jamelgos y mulos en muchas ocasiones. Seguramente eran tiempos pretéritos en los que no se ponía cuidado en preservar razas autóctonas como la jaca navarra o la pottoka. Y precisamente cuando las máquinas necesitaban obreros que las manejaran, eran estos los que muchas veces, peleando derechos que hoy nos dejamos arrebatar en la cara, lanzaban rodamientos por las calles para que los caballos policiales cayesen y los uniformados no partieran con esa ventaja portentosa que otorgaba zurrar desde las alturas. Por cierto, los últimos caballos de este tipo que se dejaron ver por la capital iruindarra fueron los del servicio especial de vigilancia en los últimos Sanfermines que se celebraron con Maya como alcalde. Hablando de fiestas, ¿cuántas tardes de 6 de julio no habrán pisado el albero de la Plaza de Toros en “la de rejones”? ¿Y cuántos mocetes/as no habrán ido alguna vez a las barracas a montarse en los caballitos y no han sido encorridos por un temible zaldiko? Para las personas no asiduas o comulgantes con el euskara, viene a ser caballico o potrico. Por eso es una persona dentro del animal, sí. También existe la posibilidad de echarse un pote en la sociedad euskalduna de nombre similar en la calle Ansoleaga, o en la zona amurallada del Redín que se denomina con uno de color blanco o jalarse un chuletón en la homónima sidrería de la cuesta Santo Domingo. A elegir. Difícil olvidar que desde las altas esferas, y nunca peor dicho, apostaron a caballo ganador, para que estas mismas calles del Casco Viejo pamplonés fuesen, lamentablemente, y a la par que Donostia, las praderas más prolíficas donde el caballo arrasó a sus anchas a las juventudes de los 70 y 80. Cabrón de jaco. Se preguntará a dónde nos lleva este tiovivo; pues eso, ¿cómo le podía faltar a nuestra Muy Noble, Muy Leal y Muy Heroica, un Gran Premio de Hípica, a falta de astados de cara a la galería, aprovechando doblemente las miles de toneladas de arena para destrozar la ya maltrecha hierba de la Vuelta del Castillo y, de paso, para soterrar otros intereses y necesidades ciudadanas? En la Iruñea de Maya, “ande o no ande...”.