El otro día se dio a conocer la entrada de los talibanes a Kabul, la capital de Afganistán, como ya ocurriese anteriormente en 2014 en Siria. El terror del califato había vuelto de nuevo a la palestra mediática, en ningún momento había desaparecido, pero hasta ese instante no generaba la suficiente audiencia como para estar dentro de la agenda informativa. La inminente llegada de la ola migratoria a los países occidentales ha puesto en alerta a más de uno, “vienen a quitarnos el trabajo”, piensan algunos, “no hay espacio para más personas”, piensan otros. Este tipo de conflictos sacan a relucir una vez más el egoísmo exacerbado de Europa y de los europeos, todos somos muy solidarios, pero siempre desde el sofá de casa, cuando llaman a nuestra puerta en busca de ayuda preferimos hacer oídos sordos. A nadie le ha importado nunca Afganistán, ni Siria ni los refugiados, pero nos gusta demasiado aparentar lo que no somos.