Llega la Navidad, adornamos las calles, iluminamos las ciudades, nos reunimos con los compañeros y, al volver a casa, cerramos la puerta y nos encontramos solos. Esta es la realidad de muchos de nosotros, no hace falta pensar en los ancianos o desfavorecidos, estoy hablando de personas funcionales e integradas en la sociedad que no tienen con quién compartir estos días de unión y cariño. Puede que la familia esté lejos físicamente y no sea posible viajar, o que se tenga familia pero la relación se haya enfriado y, sin un motivo grave de disputa, las Navidades sean un reflejo de la soledad que nos acompaña durante el resto del año. Valoremos y agradezcamos la cercanía de las personas, tanto si nos unen lazos de sangre, como si solo lo hace el afecto genuino.