Este es un país donde nada es normal, por más que se empeñe Maya. También es verdad que éste es un país donde todo nos parece normal. Entre otras cosas, nos parece normal que nos gobiernen personas que creen que son las dueñas de la cosa y hacen y deshacen a su antojo (bueno, ya hablaremos), como si una vez llegadas al poder ello supusiera una especie de patente de corso y no existiera delegación ni relación alguna con la sociedad que las ha elegido.Si os fijáis, lo primero que hacen al tomar posesión es revisar la norma existente, las leyes aprobadas por los que salen, para quedarse con lo que les favorece (ley mordaza) y eliminar lo que les perjudica, si pueden. Los que salen aplauden lo primero y se cierran ante lo segundo (p.ej.: Consejo del Poder Judicial). Siempre es así.Por más que nos empeñemos, que no nos empeñamos nada, somos lo que dicen nuestros gobernantes que somos: personas asalariadas indefinidas o paradas de larga duración, cotizantes a la Seguridad Social o perceptoras del subsidio de desempleo, consumidoras de todo lo que incide en el PIB o sufridoras impenitentes del IPC, perceptoras de la RGI o integrantes de la cola del banco de alimentos, o las dos cosas, jubiladas manifestándose por la subida de sus pensiones o abuelos echando una mano en el cuidado de sus nietos, personas favorables a las vacunas o no, sanitarias aplaudidas o reclamando sus derechos, pacientes atendidos mediante cita telefónica o personas haciendo cola en el servicio que sea...Pero siempre como un número o un porcentaje. La democracia representativa se reduce (la reducen) a eso. Por ello no existe la vergüenza por haber mentido; no se pide perdón cuando mi actuación perjudica tu existencia; no se respeta no ya al oponente sino al que piensa distinto. ¿Qué es el respeto? Ahí arriba entienden mejor la palabra tolerancia, tolerar, “yo, desde mi posición, te tolero”. Ellos, que están (algunos hasta son) porque los hemos elegido, nos toleran, toleran nuestra existencia sólo porque nos convierten en números y porcentajes para presentárnoslos como logros suyos y que volvamos a elegirlos para que vuelvan a darnos por culo. Es la pescadilla que se muerde la cola. Y luego está el poder real, el dinero, ese para el que somos directamente tontos (de momento no dicen del culo) del que hablaremos otro día.