“-Te diré una cosa: he aprendido mucho más sobre América montando en taxis que en todas las limusinas del país. -¿De veras? - ¿Qué es lo que más te molesta de este país? -Bueno, no lo sé. No sigo la política muy de cerca, señor, no lo sé. -Pero habrá algo. -Bueno, sea lo que sea, debería limpiar esta ciudad, porque esta ciudad es como una alcantarilla abierta, ¿sabe? Está llena de inmundicia y pordioseros. Y a veces, uno ya no puede más. Quienquiera que sea el próximo presidente, debería limpiarla de verdad, ¿sabe lo que quiero decir? A veces, salgo y me da dolor de cabeza respirar esta peste, ¿sabe? es algo, que nunca se va, ¿sabe? Creo que el presidente debería limpiar toda esta suciedad, tirarla por el maldito retrete”. (Robert de Niro en Taxi Driver, 1976).

No, no suscribo todo, y solamente me refiero a la basura material. A ninguna otra bajo ningún concepto. Sí, todo es posible… en Sanfermines. Así se leía hace unos días en uno de nuestros periódicos. O, si no todo, casi todo. O todo vale… en Sanfermines, me dice un amigo. O, si no todo, casi todo. ¿Es ese, el que todo o prácticamente todo valga, uno de los factores de éxito mundial de los Sanfermines?

Desde la casa en la que vivo -habito en lo viejo de Pamplona-, y que también es un observatorio sin igual, se puede ser espectador de cómo algunas personas viven realmente los Sanfermines. He leído en alguna parte que solamente los seres humanos somos capaces de producir desperdicios que la naturaleza no puede digerir. Y tal vez una de las grandes amenazas ocultas y sibilinas de nuestro estilo de vivir y, en este caso que me ocupa, de festejar es pensar que otras personas barrerán, desinfectarán, limpiarán, recogerán… la inmundicia que somos capaces de generar (porque también para eso tenemos derechos ya que pagamos nuestros impuestos y otros trabajan).

Ni es éste el momento ni soy yo capaz de hablar sobre el buen gusto o el mal gusto. Para gustos están los colores. Y hay muchas y diversas maneras de celebrar la fiesta y de vivir en fiesta. ¡Por supuesto que sí! Sin entrar en juicios de valor (bueno/malo, bonito/feo, adecuado/inadecuado…) tengo la impresión de que convertimos lo viejo de Pamplona en un revolcadero de monos o en un vertedero de basura. Y eso sin hablar de las otras contaminaciones auditivas, olfativas, visuales…, que generan excrementos, orines, vómitos, exabruptos, peleas… Quizá haya otra ocasión para ello.