¿Qué es ser políticamente correcto? ¿Es tener la capacidad de observar en profundidad? ¿Es tener capacidad de análisis crítico, imparcial y no demagógico? Y sobre todo, ¿es tener el coraje de asumir la responsabilidad de las propias acciones y decir la verdad? De ser así, aún queda un largo camino por recorrer para un buen número de quienes se autodenominan políticos y/o ocupan algún cargo de responsabilidad política y/o de gobierno.

Miramos y sufrimos con los actos insistentes y repetidos de un Gobierno completamente torpe y deficiente. Ya sea por quienes dirigen los destinos del país o por quienes actúan (o intentan actuar) como contrapeso (la oposición). No es cuestión de mala suerte, porque la mala suerte es tener que convivir con delincuentes, corruptos, rebeldes, incompetentes, mentirosos, egocéntricos, entre otros predicados, y con todo aquel que apoye este tipo de prácticas. Estos males que matan a toda una sociedad pueden combatirse con medidas justas que defiendan a quienes hacen todo (bien hecho y con el sufrimiento inherente) para contribuir positivamente al bien común. Se necesita también una justicia cuya actuación sea veraz e independiente, y que no sucumba a las presiones de quienes tienen intereses más o menos ocultos.

Hay un sistema que parece estar podrido y vicioso. La existencia de algunas áreas grises aumenta aún más la podredumbre y la adicción que conducen a un modus vivendi distorsionado que se considera natural y adecuado. El modelo de distracción y manipulación de las personas fue algo refinado en la época de Roma, habiéndose actualizado para la era moderna. Los gladiadores luchan por un balón, se realizan actos de barbarie dentro y fuera de los estadios, solo ya no se tira pan al pueblo. Perseguir sólo lo que da placer y tranquilidad no es desear un bienestar duradero y universal.