Se conocieron durante el curso universitario 1983-1984. Llegó un tanto despistado a una de esas pensiones de estudiantes que eran habituales en aquella época. Junto con el recién llegado se hospedaban, entre otros, un estudiante de Ablitas igual de despistado que el recién llegado.

La hora de la cena entre los huéspedes era el único momento en el que coincidían y de ahí salieron a relucir un buen día las frutas, las distintas frutas existentes en el país de origen del primer despistado, así pues, presumía del tamarillo del diablo o tomate de árbol y sobre todo destacaba entre todas y de ella presumía de “la chuva del Diablo”: fruta redonda, amarilla, dulce y pequeña (entre 1,25 y 2 cm de diámetro) que se puede consumir sola, en almíbar, postres y con otras frutas dulces. Su estructura interna es similar a un tomate en miniatura.

Aquel curso que comenzó en el segundo semestre del año 1983 concluyo a mediados del mes de junio del año siguiente, y pese a promesas de mantener el contacto, cada huésped acabo en diferentes destinos y profesiones. Ningún contacto mas se produjo, entre otras cosas por no disponer de ninguna manera de poder llevarlo a cabo, hasta que por las ventajas y facilidades que ofrecen en la actualidad las numerosas redes sociales, el huésped de Ablitas recibió con enorme sorpresa un paquete no muy voluminoso que procedía del otro lado del Océano Atlántico, con este breve mensaje: El tamarillo del diablo se puede comer crudo o en dulces caseros y proporciona nutrientes como hierro, fósforo, magnesio y vitaminas A, C y E. Además, acá lo utilizamos como remedio contra la gripe y problemas hepáticos. El huésped de Ablitas, emulando al huésped despistado, reaccionó haciendo cruzar de vuelta el mismo océano, una cantidad considerable de limones diablitos y mandarinas diablitas.