El mundo actual se caracteriza por ser distópico al ser una representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alineación humana. Cuando lees titulares de algunas noticias como Un médico experto en longevidad recomienda esto y lo otro para vivir 100 años, o la famosa de turno que, con cincuenta y tantos, luce unos abdominales fabulosos, acompañada de otra información relativa a las cremas antiarrugas, todo en aras de buscar la eterna juventud, hacemos bueno el citado mundo de la distopía.

Esta información, supuestamente positiva, viene acompañada por las que vaticinan la fecha del fin del mundo o los desastres que de forma inminente vamos a tener en el presente año, así como la IA va a extinguir al ser humano. ¿En qué quedamos, vamos a vivir más o desaparecemos como especie? Lo cierto es que cada uno de nosotros tenemos nuestro pequeño mundo personal donde nos atrincheramos ante estas informaciones, así como de los políticos, que siguen haciendo bueno el mundo distópico. Este mini universo de familiares, amigos, compañeros, es el que nos da estabilidad y pequeñas emociones de felicidad, haciendo que la vida tenga un sentido para el bienestar individual. Sin este pequeño mundo, no tendríamos cabida en el planeta.

Pero, como siempre sucede, el universo de lo pequeño, de lo cotidiano, no es la noticia bomba del día. Avanzamos en ciencia, investigación y tecnología, pero con unos sentimientos afectivos que continúan con la cadena generacional. Vivimos en dos coreografías de signo diferente. Nada cambia porque el mundo exterior sigue sin aprender del mini universo individual, al ser el motor que hace funcionar el planeta. Tal vez los dirigentes deberían de reflexionar acerca de contradicciones y paradojas que caracterizan nuestra época. ¿Lo debatirán en Davos?