Es un hecho totalmente contrastado que cualquier tipo de contaminación tiene sus consecuencias en el medio ambiente y en los seres vivos. Sin embargo, es la contaminación ambiental de la que más se habla por ser una de las principales causas del cambio climático debido al calentamiento global.

Actualmente, son muchos los tipos de contaminación a los que estamos expuestos: acústica, lumínica, visual, electromagnética, térmica, química, radiactiva, genética, microbiológica o digital, son algunos ejemplos. Todos, por separado o interactuando entre ellos, suponen un grave riesgo para la salud y para la conservación de la biodiversidad.

Además de los ya citados, hay uno que está muy presente en nuestro día a día y que está resultando muy dañino para nuestra higiene y salud mental. Me estoy refiriendo a la contaminación informativa.

El desmesurado bombardeo de noticias y fake news que se sitúan tras un entramado mediático e ideológico cuyo principal objetivo es el control de la información, consigue controlar nuestras mentes y podemos resultar muy manipulables.

Lo cierto es que leemos, vemos y escuchamos las noticias más dramáticas como quien oye llover, como si éstas no fueran con nosotros. Si a eso añadimos la contaminación política que está generando una desconfianza creciente de la ciudadanía, fruto del nido de odio y crispación que derrochan nuestros representantes políticos, cuya corrupción y mala praxis está a la orden del día, el panorama es bastante desalentador.

El estar sometidos de manera continuada a tantas dosis de polución de todo tipo es algo que nos lo tendríamos que hacer mirar, porque más pronto que tarde, de seguir así, con un planeta cada vez más caliente -en todos lo sentidos- y más contaminado, el proceso de autodestrucción es más que evidente.

Necesitamos urgentemente un sistema de depuración a todos los niveles si queremos sobrevivir como especie. Si lo que distingue al ser humano es la inteligencia y la voluntad, deberíamos ser capaces de alcanzar compromisos beneficiosos para todos. 

Una solución al problema podría ser la conocida regla de las tres erres, que en este caso concreto, consistiría en reducir al máximo todo aquello que sea perjudicial, reutilizar lo que pueda resultar aprovechable y que está funcionando y por último, echar a los contenedores de reciclaje lo que debemos mejorar para regenerarlo y que pueda volver a ser útil. El color de los contenedores equivaldría a los colores asociados a las diferentes ideologías. Querer es poder, lo demás son excusas.

Profesor jubilado