El primer ministro israelí, cuestionado internamente por su corrupción y sus reformas legislativas para eludir la justicia, utiliza la guerra como salvavidas. Si decidiera acabarla, no tendría más remedio que convocar unas elecciones que perdería y, también con ello, diría adiós a su salvoconducto.

Atrapado en su encizañado laberinto mental, Netanyahu calcula que no le queda otra que continuar el genocidio y, si es capaz de ampliar el marco de la guerra implicando a Irán, mucho mejor. Así, paradójicamente, la expansión del conflicto le afianzaría en el poder -por eso mata a 3 hijos y 4 nietos del político negociador de la organización terrorista Hamas-, y EEUU, hoy presionado por la entrega de armas al exterminador de Gaza, le apoyaría sin fisuras.

Por tanto, debemos perder toda esperanza de que este conflicto acabe y cruzar los dedos para que la barbarie no escale.

Sólo EEUU negándole su apoyo sería capaz de detener el insoportable horror de la sinrazón y la inhumanidad.