Al escuchar la palabra abusos nos vienen enseguida a la cabeza los casos de pederastia en la Iglesia católica. La hipocresía de los sacerdotes causantes de los abusos sexuales es manifiesta e intolerable; si realmente creen en un dios que todo lo ve, como ellos predican, ¿cómo pueden haber cometido hechos tan aberrantes? La explicación puede ser que realmente no crean todas esas cosas que fingen creer y que no se atrevan a admitir su ateísmo.

Quizás no se pueda equiparar con el abuso físico, pero ha de tenerse en cuenta también en muchos casos el abuso psicológico ejercido sobre los menores en el ámbito religioso; son muy vulnerables al engaño, y a muchos se les ha obligado a vivir atemorizados ante el castigo (como el del infierno eterno) por los pecados cometidos. La educación religiosa ha sido durante años un abuso mental por cuanto les han hecho creer cosas inciertas basadas en la ignorancia, la falta de evidencias y en la socorrida expresión “es cuestión de fe”. Cuando se es adulto es muy difícil renegar (a veces para evitar malos tragos a los padres) de esas primeras creencias que se han impuesto en los primeros años de vida. Aprendamos a ser más críticos, a cuestionar, a dudar, a investigar... porque “es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados” (Mark Twain).

Afortunadamente, en nuestra sociedad esas doctrinas implantadas por religiosos con el beneplácito de los padres (biológicos) como si de chips programados se tratara, ya no es algo habitual. Cada vez más personas manifiestan un mayor interés por la ciencia en detrimento de la religión que conlleva, sin duda, menos mentiras, más certezas y menos fanatismo. Pero, desgraciadamente, el adoctrinamiento de otras confesiones en muchas partes del mundo sigue vigente y desemboca en guerras. Como dijo Buñuel: “Dios y la patria son un equipo invencible; baten todos los récords de opresión y derramamiento de sangre”.