Hace unos días un grupo de alumnos de la Universidad de Navarra continuó caminando por la senda de odio que en abril de este año compañeros de la misma universidad iniciaron al emborronar el libro de visitas del Parlamento de Navarra con insultos y descalificaciones hacia la presidenta de la Comunidad Foral

En esta ocasión el receptor de los agravios fue el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Resulta llamativo que tales hechos, contrarios al espíritu universitario en el que deben prevalecer valores como el respeto, la reflexión, el pensamiento crítico, así como la investigación, sean protagonizados por estudiantes inmersos en este ámbito de formación y enriquecimiento académico y personal. Tales circunstancias constatan la evidencia de que en el proceso de desarrollo integral de una persona, es decir, su educación, se deben abarcar todas las dimensiones de la misma, por lo que no basta con acrecentar el bagaje instructivo de la materia correspondiente en la que se pretende sea especialista. 

Es cierto que la labor de la institución universitaria es formar profesionales de los distintos saberes, y así debe ser, pero no abordar las otras dimensiones de la persona, que corresponde en gran medida a la familia, como agente educativo, da como resultado que personas supuestamente versadas en diferentes áreas de conocimiento, muestren conductas y actitudes de odio e intolerancia propias de tiempos muy remotos e inadmisibles en la sociedad del siglo XXI.