Resulta que esta Semana Santa, según el Observatorio Cetelem, los españoles está previsto que van a gastar un 24% más que el año pasado. Y no, no son los millennials ni los zeta quienes tiran de la tarjeta. Los que se llevan la palma en gasto son los de 60 a 64 años, con una media de 624 eurazos. ¡Qué alegría ver a nuestros mayores liderar la economía de la torrija y el hotel con desayuno buffet!
Mientras tanto, los jóvenes... bueno, los jóvenes están ahí, aplaudiendo desde la grada. No porque no quieran gastar, sino porque entre alquileres imposibles, contratos temporales (cuando hay suerte) y másters que valen más que un coche usado, la Semana Santa se convierte en una estancia con todo incluido: en casa, con Netflix y croquetas de la abuela.
Lo gracioso -o trágico, depende del día- es que las administraciones parecen seguir creyendo que los jóvenes no consumen porque no quieren. Como si los veinteañeros fueran una secta de monjes zen que ha renunciado al ocio, al viaje y al gin tonic. Pero claro, difícil salir de puente cuando el único ahorro que tienes es el de la batería del móvil.
Quizá, en lugar de hacerse los sorprendidos por la pasividad económica de los jóvenes, los poderes públicos podrían mirar un poquito más allá de la tumbona de Benidorm y preguntarse por qué las nuevas generaciones son precarias por diseño. Y, de paso, transformar ese sistema educativo y laboral que sigue sacando titulados que solo pueden permitirse irse de vacaciones en Google Earth. Pero nada, que siga el consumo... mientras alguien pueda pagarlo.