Hay en nuestra sociedad ciertos asuntos que dan verdadera vergüenza de ser humano. Vergüenza, tristeza profunda y decepción. Estos inviernos, sin ir más lejos, hemos visto cómo personas de otros países pasaban frío y enfermedad en la calle; sin que los y las profesionales de la industria política parecieran sentir ningún tipo de vergüenza, ni propia ni ajena. Seguimos escuchando la doble moral de los discursos políticos y mediáticos que nos cuentan el asunto de la vivienda como si fuera un mínimo antropológico existencial; mientras los desahucios sucios y corruptos no cesan. No vemos a la consejera a pie de calle, como antes. Eso sí, hablan mucho de derechos. Eso de los derechos tiene enjundia, aparece por doquier supuestamente para todas las áreas de la vida, y, sin embargo, todo parece tratarse de cumplir y cumplir normas, todas aquellas que nos perjudican y constriñen, frente a las que nos benefician y protegen; pues, de estas, dicen, haberlas ahílas. Por ejemplo, la desconocida ley de garantías de atención especializada, que, habiendo tanta lista de espera, resulta invisible, o, lo peor, a propósito invisibilizada

La Renta Garantizada, la renta de la vergüenza con mayúsculas, especialmente para los sectores obreros precarizados que ven cómo irresponsables de turno, a pesar de una extensa burocracia creada en torno a los servicios sociales, pretenden colar la idea de “nos falta personal”. Garantizada, toda una vergonzosa ironía; intereses sí garantizados para la banca. La desvergüenza de la corrupción convertida en espectáculo mediático y normalizada hasta tal punto que incluso hay quien seguiría votando conscientemente a candidatos de un partido a sabiendas de sus prácticas inmorales, como ha aparecido en alguna encuesta de última hora: “roba, pero hace cosas”, o, “me cae bien”. Vergüenza ver como se sigue amparando al fascismo de VOX reprimiendo a quienes se manifiestan contra él en los barrios.

Pero lo más triste, inhumano y vergonzante de lo que estamos viviendo en los últimos tiempos es la masacre en Palestina. Un genocidio. Niños, ancianos, sanitarios…, da igual, sea lo que sea palestino, el exterminio. La indiferencia, la hipocresía de los gobiernos europeos, la firma del PSOE a la organización violenta OTAN en La Haya y su estrategia mediática de lavado de cara, la venta de armas por España y otros países a un estado que vulnera todo tipo de principios humanos, la vergüenza de la vergüenza de empresas que se lucran de un genocidio comprobado y denunciado por prestigiosas entidades internacionales; empresas de viajes como Booking, de trenes como Caf, de medicamentos como Teva o de alimentos como Carrefour. ¿Para cuándo un nuevo juicio de Núremberg?

Parece que ya no queda vergüenza, sentido de lo humano. Es asqueroso y repugnante. Uno puede acabar creyendo que debe acostumbrarse a ello; eso es lo malo. Que la injusticia no nos sea indiferente. La indiferencia duele. Día a día, abrimos los ojos, sentimos más y mejor lo que pasa. Nos informamos por redes y otros medios huyendo del mainstream y los creadores de masa acrítica. Otra vergüenza: los medios de comunicación. Sin duda, hay que seguir resistiendo y sintiendo vergüenza.