“¡Santiago y cierra España!”. Así leíamos en los cómics de El guerrero del antifaz o El capitán Trueno los que cierta edad tenemos y ahora en Las aventuras del capitán Alatriste. Tristes o alegres al combate iban para reconquistar la península frente a los sarracenos, considerados como invasores, aunque llevasen habitándola ya algunos siglos. Se les quería expulsar, devolviéndoles a las tierras africanas desde las que vino aquella belicosa media luna.
Santiago es el patrón de España tan loado por Quevedo, el apóstol Hijo del Trueno, de carácter fuerte e impulsivo, que pasó por El Pilar maño cristianizando la Península, y mantiene una idiosincrasia muy acorde con la que muchos identifican al prototipo de “español”, sobre todo en el extranjero: ser pasional, osado y fiero en el conflicto, en liza temido.
Pero la fiesta que lo celebra cambia cada año de modo rocambolesco. Se mantiene en Galicia, Navarra y País Vasco, pero en Castilla y León y otras regiones es día de labor, pese a que gobierne el Partido Popular, cambiándola por un ridículo “Día de la Comunidad”, que poco o nada tiene que celebrar, sin ningún arraigo tradicional ni interés alguno en la mayor parte de la población, salvo el de descansar.
Demasiados son los políticos onanistas, creen ser el centro y se quedan en excremento del vampirizado pueblo, como si nos importara mucho el día artificial que celebra una autonomía tan artificiosa como la que une dos antiguos reinos bien diversos (León y Castilla) o La Rioja, Cantabria, Madrid...
Ni su fiesta leguleya, ni la Constitución ni otras logran popular entusiasmo, más ligado a tradiciones de décadas o siglos, aunque azotado por administrativos o burocráticos y cambiantes criterios.
Las fiestas enraizadas en nuestra cultura mutan cancerígenamente en un baile loco según unos u otros advenedizos llegan al “trono” de gobiernos o desgobiernos.
Ahora no está de moda alentar la unidad hispánica, ni el cristianismo de sus gentes ni su rechazo a tierras de infieles o morería, como diría Cervantes... Son tiempos que reclaman vacaciones y descanso pues a veces la Península arde y no solo por los incendios de nuestros raquíticos montes; el sol reclama reposo en el agua o a la sombra e incubar en paz nuevas esperanzas.
El Camino de Santiago, en cambio, sigue siendo muy importante, y en él me encuentro cuando estas líneas escribo, hallando a japoneses, norteamericanos, filipinos y muchos europeos que siguen la senda del apóstol, con ideales religiosos o culturales, en una experiencia única y apasionante. Sea nuestro caminar hacia el mejor de los fines.
Como el Gobierno central se abre a todo el que venga de fuera, acogiendo con brazos abiertos y bien subvencionados, fueren quienes fueren, terroristas musulmanes o traficantes de estupefacientes, ahora parece que leemos más bien: “¡Santiago y abre España!”.