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Palabras para la Rotxa de lo Viejo

Palabras para la Rotxa de lo ViejoOskar Montero

Aunque he pasado más de la mitad de mi vida en el Casco Viejo, la Rotxa es el barrio donde crecí y Enamorados era la calle de mi infancia, una calle con un nombre que siempre me ha fascinado y muy diferente a lo que es ahora.

Enamorados era como un pequeño pueblo donde todo el mundo se conocía, con sus casas que rara vez pasaban de dos plantas, la finca de los ricos, la casa de mi vecina Concha que vendía la leche de sus cuatro vacas (sí, había vacas en la Rotxa), o la chatarrería situada casi en el cruce con Joaquín Beunza, donde estaba la casa de Ipiña, una casica pegada al puente romano de San Pedro que milagrosamente se asomaba al río sin caerse. Allí enfrente tenían aparcado el esqueleto de un vehículo enorme al que nos subíamos a imaginar que era una nave espacial que nos transportaba a galaxias desconocidas. O jugar en aquella campa inmensa que estaba en frente de casa y que nos separaba de esa parte del barrio que mira al río, mientras las abuelas se juntaban con sus sillas plegables a pasar la tarde.

La campa es ahora un conjunto de edificios de muchos pisos y el espacio de la que fue nuestra primera casa solo alberga una señal de stop. La segunda, donde hoy todavía vive mi madre, está en la cooperativa de El Salvador, unas casas de distribución un tanto extraña situadas detrás del Porrón (hoy una sucursal bancaria), y a mí me gusta pensar que el barrio no ha perdido su sentido de comunidad ni su conciencia de barrio obrero, aquel en el que ardían las barricadas en Marcelo Celayeta y los curas eran la pesadilla del arzobispado.