Cuando se inauguró el aparcamiento subterráneo bajo la avenida Carlos III, entre Merindades y Castillo de Maya, en junio de 1999, la avenida todavía conservaba el tráfico rodado en superficie.
Muy poco después se decidió eliminarlo y, en diciembre de 2000, se inauguró la semipeatonalización de este tramo. Digo “semi” porque, de haberse pensado el proyecto desde el principio, las tres rampas de acceso nunca se habrían ubicado en el eje de la avenida.
Han pasado 25 años y las rampas siguen ahí, intrusas en un espacio peatonal que no les pertenece y generando un tráfico rodado evitable. La configuración de las salidas hace que quien conduce un vehículo no tenga visibilidad de la zona del pavimento más cercana al desembarco. Queda un espacio sin visibilidad -una zona muerta- donde puede estar pasando, o incluso caído, un niño. Además, algunos coches salen a velocidad inapropiada. El riesgo de atropello es evidente.
Este peligro podría minimizarse fácilmente prolongando unos metros las barandillas laterales y colocando una simple señal de Stop, de modo que los vehículos se incorporen a la zona peatonal solo una vez superada la pendiente y se detengan para comprobar que no hay peatones.
He planteado esta propuesta en múltiples ocasiones desde hace más de diez años: en reuniones con grupos municipales de todos los colores, en al menos dos foros de barrio y en documentos de aportaciones y alegaciones al PEAU del Segundo Ensanche, actualmente en tramitación. Pero hasta ahora, sin éxito.
A la espera de que algún día se tenga la valentía de desplazar estas rampas fuera del ámbito peatonal y de impedir el tráfico rodado de cruce de la avenida en las calles San Fermín, Tafalla, Gorriti y Castillo de Maya, confío en que esta carta llegue a quien corresponda, se tome el tema en serio y se instalen esos 60 metros de barandilla antes de que ocurra una desgracia. Estamos a tiempo.