ME llamaba la atención encontrar en los westerns ese personaje fuera de la ley, que tildaban (en inglés) como "desperado". No "desesperado", pero sonaba parecido. Inducía a pensar que un bandolero ha perdido también toda esperanza, igual venía de esa idea romántica que en nuestra adolescencia cuajó por España ese robinhoodiano Curro Jiménez, levemente antisistema con eso de meterse con la guardia civil: es la desesperación la que te lleva a salirte de la ley. O un deshaucio por impago de hipoteca de esos que tanto abundan. Escribo esto mirando unos rascacielos ridículos de la costa levantina, muchos subarrendados a inmigrantes, otros vacíos y con carteles de venta y los más llenos de turistas de esos de andar gritando en algo que solo un inglés puede llegar a reconocer como el idioma de Shakespeare, y vomitando el alcohol barato y de garrafón que por cualquier lado les inoculan. O sea, como si fuera Sierra Morena o un perdido pueblo sin juez de paz de las pelis del Oeste, pero en Valencia. Y leía hoy que una cuarta parte de los desahucios y ruinas poshipotecarias están precisamente en esta comunidad, hace nada espejo y ejemplo del progreso que nos traería indefectiblemente la derecha nacional.

El otro día, con la prima de riesgo pasando de los cuatrocientos golpes, y comparándonos los líderes europeos con Grecia (no con la clásica, me temo), el informativo de la radio pública abría sin embargo con la terrorífica noticia de que la lluvia había aguado unas procesiones de la Santasemana. En un país que necesita siempre agua, tanta que cualquier día esa misma gente que parceló el campo y la costa también la va a poner en manos privadas (ya nos quejaremos cuando toque pagar más por lo mismo o peor), la lluvia era mala, mala, mala, porque unas gentes llenas de fervor por encima de cualquier otra consideración no podían perder la noche paseando su devoción. Ya comentaba la semana pasada que como esto se repite todos los años dejó de ser noticia, aunque llene los informativos. Lo otro, a lo más, nos acabará llevando al monte. O, como decían en Roma, aquae et ignis interdictio. Desperado, vamos.