Se acabó la Navidad. Hay que volver a la cruda realidad y os recuerdo que en diez países europeos los reyes no sólo son los padres, sino también sus hijos, las nueras, los yernos, los nietecillos que tan monos salen en las fotos, las abuelas-primas-concuñadas de pamelas imposibles, los jardineros, los chóferes, los que los llevan de cacería, los abogados que los defienden en los juicios por presuntos delitos de corrupción… una inmensa caterva de gentes cuyos honorarios pagamos todos a escote.
A principios del siglo XX el mapa de Europa estaba prácticamente cubierto de coronas reales. Sólo Francia, Suiza y San Marino eran estados republicanos. A final de siglo sólo quedaban diez, las mismas que tenemos hoy en día en las revistas del corazón: Bélgica, Dinamarca, Reino Unido, España, Holanda, Noruega, Suecia y las de los pequeños y exóticos Liechtenstein, Luxemburgo y Mónaco.
Siguiendo con el tema que ayer mencionaba el amigo Chivite en este mismo espacio, en algunos sectores y medios se afanan por defender a capa y espada el sistema monárquico y la supuesta cohesión que supone para sus países respectivos. Pero falta, lo que se dice falta, no hacen y eso es evidente. El pasado verano nos enteramos por el The Washington Post que la casa real holandesa es la más cara con 48,5 millones de dólares de gastos, seguida de la británica con 47 millones. La española "sólo" cuesta entre 11 y 12,5 millones, aunque el rotativo norteamericano manifestaba sus reparos porque es sabido que algunos de sus gastos no figuran en esa cifra oficial sino que provienen de otras partidas, como la del Ministerio de Defensa, por ejemplo.
En estos tiempos de optimización de recursos hay que mirar hasta la última ochena. En España hasta ahora la Casa Real va capeando el temporal, como puede, pero les quedan dos telediarios. Aunque después esté entre rejas menos tiempo que Urralburu o Carromero, la foto de Urdangarin entrando en prisión va a ser histórica y demoledora.