Ramón el Vanidoso nos recordó en la estación de Pitis que hay cinco derechos universales innegables a la raza humana, aunque dos al final se le olvidaron. Y Mariano Rajoy nos ha ordenado que hay cinco principios básicos que defender por aquí arriba: que Navarra es Navarra, que Navarra es foral, que Navarra es española, y otro par que al modo ramoniano parece haber postergado. También se ha dejado por definir de qué va un principio básico, pleonasmo tan redundante como esta misma expresión -pleonasmo redundante-, y casi al nivel de ese otro mitológico: La Navarra navarra. Una amiga mía dice que a ella le gustan los polvos polvos. Y yo le entiendo. Hay algo previo a la razón en ese afán por señalar un mojón histórico, en este caso el presente, y vestirlo de dogma dogmático. Y hay algo contrario a la libertad en esa manía de impedir que los ciudadanos decidan un día, si así les place, no solo cambiar de principios sino también de finales. Millones de personas han crecido bajo ideologías que se juzgaban irrefutables, patrias consideradas perennes, creencias sin fecha de caducidad. A la amiga de los casquetes pleonásmicos le ha tocado ser soviética, letona, rusa y ahora lleva camino de convertirse en maltesa. También ha sido comunista por obligación, anarquista de vocación, ortodoxa por tradición y hoy católica atea por puro amor. Le falta padecer una monarquía tras engordar un imperio y apoyar al Estrella Roja si este gana al Galatasaray. De principios, incluso de principios eternamente básicos, estuvo llena la boda de Maroto. Y la separación de la infanta. Y el fichaje de Figo y la tortilla de patatas. Y ya ven qué deconstrucción.