No lo puedo remediar. Me entra la risa floja cada vez que veo el “no es lo mismo imponer que pactar” de los carteles de UPN. Ese partido, que tanto ha pactado y tan poco ha impuesto durante sus años de gobierno, se ha planteado las generales del próximo domingo como una revancha de las regionales del pasado mayo. Víctima de un desahucio exprés a golpes de papeleta, el navarrismo sigue sin encontrarse a sí mismo en esa intemperie que es estar fuera de los resortes de poder. Se considera víctima de un robo y no para de chillar “¡al ladrón! ¡al ladrón!” con un tono que es puro patetismo. La semana pasada hasta tres veces montó el número por asuntos relacionados con decisiones tomadas cuando mandaban ellos. Mientras, el nuevo gobierno encuentra cada día un nuevo artefacto en el terreno concienzudamente minado que le ha dejado UPN como herencia. PAI incluido. No extraña ver al PSN montado en el mismo carro. Debe de ser duro pasar de secundario de lujo a mero figurante. Así, en las elecciones generales más generales de las últimas décadas, con una omnipresencia televisiva casi mareante de las ofertas estatales, los que debían pedir el voto para Rajoy o para Sánchez se dedican a hacer campaña contra Barkos. Tal vez sea la forma de movilizar a un electorado poco entusiasmado con sus cabezas de cartel. Al otro lado no se percibe idéntico ardor. Más bien hablaría de cierta apatía ambiente, cuando no de agilipollamiento puro y duro. Vale, es verdad, el cambio va a seguir gobernando en Navarra, como mínimo durante tres años y medio más, independientemente de quién sea el próximo inquilino de la Moncloa. Sin embargo yo, por no dar una satisfacción a Esparza y compañía, iría a votar en pelotas con una caja de coca-colas de dos litros atada de la más nobles de mis partes. Así, dicho mal y pronto.
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